ARA PACIS:
"Cuando regresé a Roma de Hispania y de la Galia tras haber realizado en estas provincias con fortuna la labor que me había propuesto, el Senado acordó consagrar en el Campo de Marte el Ara de la Paz Augusta por mi regreso, y ordenó que los magistrados, los sacerdotes y las vírgenes vestales hiciesen en ella un sacrificio anual".
Corría el año 13 a.C. cuando Augusto volvía triunfante a su imperio tras sus exitosas campañas en Hispania y la Galia. Aquel hito, que marcaba el inicio de nuevas políticas expansionistas para Roma y un ansiado periodo de paz, bien merecía un monumento a la altura de aquel gran logro.
Según las propias palabras del emperador Augusto, esta obra, conocida como el Ara Pacis o "altar de la paz", fue construída por el senado romano entre los años 13 y 9 a.C, con el objetivo de conmemorar sus decisivas victorias al otro lado del Mediterráneo y el comienzo de la denominada "Paz Augusta". Está situado a orillas del Tiber, en un lugar privilegiado del Campo de Marte, a los bordes de la Vía Flaminia, desde donde llegarían las tropas imperiales a la ciudad.
El Ara Pacis se levanta sobre un pedestal escalonado. Es una construcción adintelada de planta rectangular, no techada y realizada integramente en mármol blanco de Carrara. Se desconoce quiénes fueron sus autores, pero todo apunta a que serían artistas de formación helenística, pues la obra presenta una gran influencia de dicha cultura.
Este altar se encuentra dentro de un recinto rectangular cerrado por un muro de unos diez metros de altura cubierto de relieves y con dos puertas de acceso, una delantera, que servía para la entrada de los sacerdotes oficiantes, y otra trasera destinada a la entrada de animales para el sacrificio (todos los años eran sacrificados dos bueyes y un carnero). El cierre de estas puertas simbolizaba la paz en el mundo, y según el propio Augusto fueron cerradas hasta en tres ocasiones durante su reinado, como símbolo de la estabilidad de su gobierno.
En su interior, decorado con motivos de guirnaldas de flores (símbolo de fertilidad) y bucráneos (cabezas de bueyes sacrificados), se encontraba el altar, al que se accedía a través de una escalinata central, y donde se realizaban los sacrificios.
Sin duda, lo más interesante de esta obra es la decoración en relieve que recorre el edificio:
El muro exterior frontal está recorrido verticalmente por ocho pilastras adosadas con capiteles corintios y fustes con decoración vegetal dispuestas "a candelierii", esto es, de manera simétrica en torno a un eje central. Dos de ellas flanquean cada una de las puertas de acceso y otras se sitúan en las esquinas del mismo. El muro se encuentra a su vez dividido por una banda de grecas en dos mitades estando la inferior decorada con motivos vegetales y aves, dispuestas también de manera simétrica, mientras que la parte superior tiene decoración figurativa de tamaño natural (canón proporcionado).
Toda la estructura del edificio está cubierta por relieves de estilo histórico-narrativo propios del Alto Imperio, y su programa iconográfico, además de ser conmemorativo, tiene una evidente intención propagandística para honrar y glorificar a la familia imperial que trae la paz. Al igual que en la estatua de Augusto de Prima Porta, se le vincula con Eneas, fundador de Roma.
Este enaltecimiento podemos verlo reflejado en la elección de los temas principales, por ejemplo en los paneles de acceso al altar:
A ambos lados de la puerta en la cara oeste: Aparece el dios Marte observando complacido como la loba amamanta a sus dos hijos gemelos: Rómulo y Remo, en clara alegoría a la fundación de Roma. Además, también aparecen la Diosa Roma y la diosa de la tierra Tellus, y en el cuerpo de esta se observa un tratamiento de paños mojados, lo que confirmaría que los artistas tendrían formación helenística.
Mientras que en el lado opuesto aparece Eneas con toga cubriendo su cabeza, representado como el pater Aeneas y rex sacrorum, a punto de realizar la ofrenda de frutos. Junto a él hay dos jóvenes vestidos a la moda augusta, en uno de los cuales podemos identificar al hijo del emperador, Julo-Ascanio, fundador de la gens Iulia, que justificaría el origen divino de la dinastía imperial.
En el lado sur, y para reforzar la idea de espacio sagrado, aparece tallada con gran naturalismo la figura del propio Augusto, togado en calidad de sumo sacerdote y dirigiendo la procesión de familiares y amigos hacia el templo mientras la muchedumbre los observa. Además, el delicadísimo tratamiento del relieve permite incluso identificar algunos retratos, como el de Tiberio o su esposa Livia.
Este relieve está caracterizado por el horror vacui. Todo está lleno de figuras o elementos ornamentales. Además, contrasta el predominio de líneas verticales de los personajes -que se atenúa por la isocefalia (norma estética que consiste en situar todas las cabezas a igual altura)-, con el esquema compositivo curvilíneo del nivel inferior de los roleos y guirnaldas.
El efecto de profundidad se consigue con alto, medio y bajo relieve, e incluso algunos personajes en los fondos están meramente dibujados. Esto es el llamado relieve sttiaciato o aplastado que luego utilizarán Ghiberti o Donatello. Además, con esta diversidad se marca también la jerarquía, pues sobresalen los personajes más importantes .
Asimismo, observamos una gran diversidad de actitudes y gestos entre los personajes que crea ritmo en la escena. Se ve a figuras conversando y a otras, como la hermana de Augusto, pidiendo silencio. Los niños aparecen mostrando reacciones propias de su edad: indiferencia, diversión y aburrimiento. Por ejemplo, uno de estos niños tira de la toga de un adulto como si quisiera ser cogido en brazos por él...
La figura del emperador no centra la composición ya que aparece cerca de un lateral, mezclado con los demás miembros de la procesión. Este se diferencia por la corona de laurel, dando aún más la sensación de que estamos ante una obra de homenaje colectivo.
Esta obra cuenta con una gran influencia romana y griega. Si bien recuerda a la procesión de las Panateneas, se diferencia en que este relieve está protagonizado por personajes concretos recogiendo el tradicional realismo del retrato etrusco-romano. Así, Augusto aparece igual que en las monedas, coronado de laurel y de perfil.
La segunda influencia es la griega que, como sinónimo de gusto y refinamiento, surge con fuerza en el reinado de Augusto. Se observa en el tratamiento anatómico y en el de los pliegues y los elementos decorativos
-grecas o cenefas, guirnaldas y roleos-.
Pero como en otras ocasiones, para tener una visión real del monumento tal y como fue visto por el propio Augusto, tendremos que imaginarlo pintado de vivos colores. Así podéis verlo en esta reconstrucción, muy alejada de la estética a la que estamos acostumbrados y que erróneamente fue repetida por los escultores neo-clásicos.
Durante décadas, este altar fue uno de los monumentos más destacados de Roma, pero debido a los continuos cambios urbanísticos que se realizaron en el Campo de Marte y las repetidas crecidas del Tíber, su mantenimiento fue imposible, y el edificio acabó sepultado.
Esto hizo que, con el paso de los siglos, el Ara Pacis quedara olvidado en la memoria de los romanos, y no fue hasta el Renacimiento cuando comenzaron a salir en la zona algunos restos de mármol de increíble belleza, aunque nadie en esos momentos los relacionó con el antiguo Ara Pacis, así que muchas de estas piezas terminaron diseminadas por distintos museos italianos como los Museos Vaticanos y los Uffizi en Florencia, pero también fuera de Italia, en el Louvre de París y en Viena.
Habría que esperar hasta mitad del siglo XIX para volver a oír hablar del altar imperial. Durante unas obras de remodelación del palacio Peretti, salieron a la luz las primeras losas correspondientes a la extensa plataforma marmórea. A partir de entonces, la idea sugerida por el arqueólogo alemán Friedrich von Duhn de asociar estos restos con el Ara Pacis, comenzó a tomar forma.
En 1903, se procede a su primera excavación:
Las autoridades de la época decidieron recuperarlo, pero las condiciones del terreno eran muy difíciles por lo que abandonaron la investigación. En 1937, durante la Italia fascista, se retoma coincidiendo con la conmemoración del bimilenario del nacimiento del emperador.
¿Por qué estaba el gobierno fascista italiano, y el propio Mussolini, tan interesado en la recuperación del monumento?
Porque El Ducce quería, como Augusto, hacer propaganda de su gran poder. De esta manera, el régimen fascista de Mussolini aprovechó la ocasión para proyectar al mundo una imagen triunfal de su gobierno. También buscó la identificación entre el régimen fascista y el poderoso Imperio Romano, que era un modo de exaltar la dictadura, una forma de reafirmación nacional en la que el propio Mussolini se identificaba con el poder, la gloria y los logros de los antiguos emperadores.
El régimen fascista no escatimó esfuerzos por recuperar el Ara Pacis, pues, según Moretti, para recuperar esta obra fueron necesarios «los más audaces ingenios y los más perfectos procedimientos de la técnica moderna». Así, las piezas fueron extraídas una a una, excepto el podium, que fue imposible rescatar y siguió enterrado para siempre.
Solo quedaba recuperar las piezas diseminadas por los museos, aunque, por supuesto, fue imposible que París y Viena las devolvieran, y finalmente los trabajos lograron concluir a tiempo para la conmemoración. El nuevo altar fue inaugurado en 1938 por el Ducce. El día de su apertura, un periódico decía: «La capacidad pacificadora de Roma ha sido evocada por la visión del Ara Pacis, el monumento que el fascismo ha querido recomponer sobre las orillas del Tíber en toda su belleza, con mano amorosa y con atenta búsqueda…».
En la actualidad, el Ara Pacis sigue siendo uno de los monumentos de época romana más visitados de la ciudad del Tíber, hoy protegido por un moderno edificio diseñado por el arquitecto Richard Meier que consigue cambiar el perfil arquitectónico a Roma. Y es que, como dice Henry James, "Roma es la mezcla de la antigüedad más austera con la modernidad más frívola".
Día tras día, el museo dell' Ara Pacis se llena de visitantes que acuden a admirar un monumento que, dos milenios después de su creación, continúa brillando con luz propia. Esta majestuosa obra, al igual que la ciudad donde nació, siempre será eterna.
Nuria Andrés Moreno
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