LA
PEDRERA- ANTONI GAUDÍ
La Casa Milà,
popularmente conocida como La Pedrera («cantera»
en catalán), es un edificio modernista del arquitecto Antoni
Gaudí, construido entre los años 1906 y 1910 en el número 92
del paseo de Gracia. La casa fue edificada por encargo del
matrimonio Pere Milà i Camps y Roser Segimon i Artells, y Gaudí
contó con la colaboración de sus ayudantes, así como del constructor Josep
Bayó i Font, que había trabajado con Gaudí en la Casa Batlló.
Antoni
Gaudí i Cornet fue un arquitecto catalán reconocido
internacionalmente como uno de los expertos más prodigiosos de su disciplina,
además de uno de los máximos exponentes del modernismo. Nació el 25 de junio de 1852 en Reus. Provenía
de una familia de caldereros, hecho que le permitió al joven Gaudí adquirir una especial habilidad
para tratar el espacio y el volumen. Su facilidad a la hora de concebir los
espacios y la transformación de materiales prosperó hasta convertirse en el
genio de la creación en tres dimensiones que posteriormente demostraría ser. Gaudí
fue un niño de salud delicada, razón por la que se vio obligado a pasar largas
temporadas de reposo donde pasaba horas contemplando la naturaleza, que
consideraba su gran maestra y transmisora del conocimiento más elevado por ser
la obra suprema del Creador. Gaudí
encontraba la esencia y el sentido de la arquitectura en seguir sus mismos
patrones, siempre respetando sus leyes. Se trataba de seguir su curso mediante
un proceso de cooperación y hacer de su arquitectura la obra más bella posible.
Por todo eso, Gaudí afirmaba: “La originalidad consiste en volver al
origen.”
El año 1870 se trasladó a
Barcelona para cursar sus estudios de arquitectura. Fue un estudiante
irregular, pero que ya manifestaba algunos indicios de genialidad que le
abrieron las puertas para colaborar con algunos de sus profesores. Cuando en
1878 culminó sus estudios en la Escuela de Arquitectura, el director declaraba:
“No sé si hemos dado el título a un loco o a un genio, el tiempo lo dirá.”
Era innegable que las ideas de aquel joven no eran una mera repetición de lo
que se había hecho hasta el momento ni dejarían a nadie indiferente.
Una vez obtenido el título, Antoni Gaudí se estableció por su
cuenta en su despacho de la calle en Barcelona
desde donde, con gran entrega, inició el inconfundible legado arquitectónico
gran parte del cual es considerado Patrimonio de la Humanidad. A mediados de
1878 Gaudí conoció a Eusebi Güell con el que establecerá una relación de
amistad más allá de los negocios. Antoni
Gaudí recibió gran cantidad de encargos y planteó innumerables proyectos.
Muchos de ellos, afortunadamente, pudieron convertirse en realidad
Durante su etapa de madurez, las
obras maestras se fueron sucediendo las unas tras las otras: la Torre Bellesguard, el Park Güell, la restauración de la catedral de Mallorca, la iglesia de la Colonia Güell, la Casa Batlló, La Pedrera
y, finalmente, la Sagrada Familia.
Actualmente la totalidad de las obras realizadas por Gaudí se
encuentran en territorio español. Sin embargo, el arquitecto catalán tuvo un
encargo para trabajar en los Estados Unidos, un proyecto que quedó inacabado,
el Hotel Attraction, que se pensaba ubicar en Manhattan. El Hotel
Attraction volvió a ser noticia en 2003, cuando la Real Cátedra Gaudí ofreció
el proyecto de Gaudí a la comisión que se encargaba de la reconstrucción de la
Zona cero de Manhattan, dónde dos años antes se había producido el atentado del
11-S contra las Torres Gemelas. A pesar de que el proyecto no fue aceptado, se
consiguió que la creatividad arquitectónica de Gaudí volviera a ser noticia
internacional.
Curiosamente, el esplendor de la
arquitectura gaudiniana coincidió, en una decisión personal del arquitecto, con
un progresivo retraimiento de su figura. Gaudí pasó de parecer un joven dandi
con gustos de gourmet a descuidar su aspecto personal y alejarse de la vida social.
Murió el 10 de junio de 1926
atropellado por un tranvía mientras se encaminaba, como cada anochecer, hacia
la Sagrada Familia. Después del golpe, perdió la consciencia y nadie
sospechó que aquél anciano indocumentado y de aspecto descuidado era el célebre
arquitecto, y fue trasladado al Hospital de la Santa Cruz, donde posteriormente
seria reconocido por el cura de la Sagrada Familia. El entierro tuvo lugar dos
días después en la Sagrada Família después de un multitudinario funeral: buena
parte de los barceloneses salieron a la calle para dar el último adiós al
arquitecto más universal que la ciudad había visto.
La Casa Milà es un reflejo de la
plenitud artística de Gaudí: pertenece a su etapa naturalista, periodo en
que el arquitecto perfecciona su estilo personal, inspirándose en las formas de
la naturaleza.
Se encuentra en un chaflán del
paseo de Gracia, ocupado anteriormente por un chalet que pertenecía a José
Ferrer-Vidal y Soler, fundador de la Caixa de Pensions de Barcelona, y se
formalizó la compra ante notario el 9 de junio de 1905. La zona se ubicaba
en pleno Ensanche de Barcelona. Con el Ensanche, el paseo de Gracia se
convirtió en una de las principales arterias de la ciudad, por lo que fue
elegido por la burguesía catalana para fijar sus residencias. Cabe
resaltar que en el mismo paseo de Gracia había construido Gaudí poco antes la
Casa Batlló (1904-1906), y anteriormente había efectuado otras dos
intervenciones hoy desaparecidas: la Farmacia Gibert y la decoración
del bar Torino.
En ese contexto, Gaudí recibió el
encargo de construir una casa señorial de parte de Pere Milà i Camps, un
rico empresario. El señor Milà estaba casado con Roser Segimon i Artells,
viuda de Josep Guardiola i Grau, un enriquecido en América, cuya
fortuna heredó su mujer. Así pues, la pareja gozaba de una privilegiada
posición, hecho que quisieron plasmar en una casa de diseño innovador y gran
lujo de detalles. Para ello compraron el solar del paseo de Gracia en 1905, y
encargaron el proyecto a Gaudí, entonces un arquitecto de gran renombre, que en
aquella época trabajaba en diversos proyectos a la vez.
El proyecto de Milà era construir
un edificio de grandes dimensiones, destinar el piso principal para su propia
residencia y el resto en régimen de alquiler, algo habitual en la época.
Asimismo, la planta baja, en su parte exterior, fue destinada a
tiendas. Se presentaron los planos en el Ayuntamiento y se
solicitó el permiso de obras. La construcción sufrió diversos retrasos, ya que
el edificio superó en altura y anchura a lo establecido en las ordenanzas
municipales. Además, Gaudí abandonó la dirección de la obra en 1909 por
divergencias con los Milà respecto a la decoración interior. La relación entre
Gaudí y Milà se enfrió, y el arquitecto tuvo que llevar a juicio al promotor
para cobrar sus honorarios (105 000 pesetas), que donó a
los jesuitas.
Sin embargo, la suspensión de las
obras no fue respetada y Gaudí continuó con su labor. El 28 de septiembre de
1909 se le abrió un nuevo expediente porque superaba la altura prevista y
excedía el volumen construido en unos 4000 m3. El Ayuntamiento
reclamaba una multa de 100 000 pesetas o derribar el desván y la
azotea. La polémica se solucionó un año y medio más tarde cuando se certificó
que se trataba de un edificio monumental y no se requería que se ajustara
estrictamente a las ordenanzas municipales. Esta separación de los planos
aprobados hizo que la Pedrera tuviera una fisionomía muy diferente al resto de
edificios.
El proceso de construcción fue el
siguiente: primero se derribó parcialmente el anterior chalet, dejando una
parte de la estructura como barraca de obras; luego se rebajó el terreno en 4
metros, hasta la profundidad necesaria para el sótano; al cubrirse este, se
pasó allí el taller de la obra, y se derribó el resto del chalet. Los cimientos
se hicieron con hormigón de grava de piedra mezclada con mortero
de cal, sobre los que se levantaron los pilares, algunos
de hierro colado y otros de ladrillo. Una vez terminado el
sótano se procedió con la construcción del resto de pisos, mientras que se fue
proyectando la fachada, que es independiente del resto del edificio, a través
de unas maquetas de yeso. En todos los pisos se utilizó un sistema
de jácenas y vigas de hierro dispuestas en forma de bóveda
catalana, unidas sin necesidad de soldaduras. La fachada fue cubierta de
piedras formando arcos de forma ondulada, que luego fueron retocadas por los
picapedreros hasta conseguir la forma deseada por Gaudí. Por último, se realizó
el desván, diseñado de forma independiente al resto del edificio, con un
sistema de arcos catenarios de ladrillo, y por encima se situó la
azotea, de forma escalonada dado las diferentes alturas de los arcos del
desván.
El edificio se construyó sobre un
solar de 34 por 56 metros y consta de seis plantas articuladas alrededor de dos
patios interiores, uno circular y otro oval, más un sótano, un desván y la
azotea. Esta estructura acoge dos edificios adosados e independientes sin
embargo, la fachada presenta una estructura unitaria y común a ambos edificios.
La estructura de carga está formada
por columnas de ladrillo macizo y piedra.
El sótano contiene un gran pilar
de hierro del que parten diversas vigas igualmente de hierro que
sostienen el patio circular, situado inmediatamente encima. La fachada no cumple
una función estructural, sino de revestimiento, por lo que su diseño y
ornamentación presentan una acusada libertad creativa, con formas ondulantes
que evocan el oleaje marino y generan diversas sensaciones lumínicas según la
hora del día. Los balcones son de hierro forjado, con una decoración de motivos
abstractos que simulan plantas trepadoras, obra de los
hermanos Lluís y Josep Badia i Miarnau. Gaudí diseñó incluso un
tipo de baldosas hexagonales de cerámica para situar
en el pavimento de la calle, con motivos nuevamente marinos. Esta baldosa fue
elegida posteriormente para pavimentar el paseo de Gracia barcelonés.
El conjunto es una típica obra
gaudiniana en la que las líneas geométricas son sólo rectas formando
planos curvos. Toda su fachada está realizada en piedra calcárea, salvo la
parte superior, que está cubierta de azulejos blancos. En la azotea se
encuentran grandes salidas de escalera rematadas con la cruz gaudiniana de
cuatro brazos, y chimeneas recubiertas de fragmentos de cerámica, con la
apariencia de cabezas de guerreros protegidas por yelmos. La Casa Milà
evoca sin lugar a dudas la naturaleza.
Gaudí había asignado a la Pedrera
un alto simbolismo religioso: en la cornisa superior, de forma ondulada,
tiene esculpidos capullos de rosa con inscripciones del Ave
María en latín. Además, según el
proyecto original la fachada habría estado rematada por un
grupo escultórico de piedra, metal y cristal con la Virgen del
Rosario pero debido a los sucesos de la Semana
Trágica de 1909 se abandonó el proyecto.
La decoración interior corrió a
cargo de Josep Maria Jujol y los pintores Aleix Clapés, Iu
Pascual, Xavier Nogués y Teresa Lostau. En el terreno
escultórico trabajaron Carles Mani y Joan Matamala, autores de
las inscripciones en relieve de la fachada, así como las columnas de la planta
principal y otros elementos decorativos. Se encuentran a menudo detalles
ornamentales marinos, como los falsos techos de yeso que simulan olas
de mar, así como pulpos, caracolas y flora marina. Pere Milà encargó la
dirección de la decoración pictórica a Aleix Clapés, motivo de la ruptura
definitiva entre Gaudí y el matrimonio Milà.
La Casa Milà tiene tres fachadas, una en el paseo de
Gracia, otra en la calle Provenza, y otra que hace chaflán. Sin embargo, las
tres presentan una continuidad formal y estilística que, por su forma sinuosa y
ondulada, parece una roca modelada por las olas del mar. El conjunto de
entrantes y salientes imprime un dinamismo al conjunto que le otorga la
sensación de estar en movimiento, a la vez que crea un juego de luces y sombras
en constante cambio. Además de la forma ondulante de los muros de la fachada,
la presencia de 33 balcones de hierro forjado convierten el conjunto en una
obra casi escultórica de gran tamaño. La mayoría de barandillas tiene una forma
más bien abstracta, aunque se encuentran algunos detalles puntuales como una paloma,
una máscara de teatro, una estrella de seis puntas,
diversas flores y el escudo catalán.
Las tres fachadas, de 30 metros
de altura, contienen 150 ventanas, siendo más grandes las inferiores y más
pequeñas las superiores, que reciben más luz. La piedra utilizada para su
construcción tiene dos procedencias, una más dura en la parte inferior; y otra
menos dura en la parte superior. Ambas dan un acabado en color blanco crema y con
una textura rugosa.
La fachada del paseo de Gracia está orientada
al sudoeste, tiene 21,15 metros de largo y 630 m2 de
superficie, con nueve balcones que dan a la calle. Está coronada con la
palabra Ave del Ave María, con una decoración en relieve
de lirios. Es la única que no tiene puerta de acceso.
La fachada del chaflán tiene 20,10 metros de largo, y
al ser la central es la más conocida del edificio. Alberga una de las dos
puertas de acceso, flanqueada por dos grandes columnas apodadas «patas de
elefante» que sostienen la tribuna del piso principal, el del matrimonio Milà.
El techo de la tribuna tiene una claraboya para proporcionarle luz,
bajo la que se sitúa una concha esculpida. En la parte superior de la
fachada se encuentra una rosa en relieve, y la inicial M de María
La fachada de la calle Provenza tiene 43,35 metros de
largo, por lo que es la más extensa, y cuenta con una puerta de acceso al
edificio. Orientada al sureste, recibe luz prácticamente todo el día, por
lo que Gaudí la diseñó con más ondulaciones que en las otras dos fachadas, así
como unos balcones más sobresalientes, para crear más sombra. En la parte
superior se sitúan las palabras Dominus y Tecum del
Ave María.
Junto a estas fachadas hay que
mencionar la fachada posterior, que
da al patio interno de la manzana. Tiene 25 metros de largo, con una superficie
de 800 m2. Más sobria que la fachada principal, presenta sin
embargo la misma forma ondulatoria con unas grandes terrazas con barandillas de
hierro de ligero en forma de rombos, que permiten el paso de la luz.
El interior de la Casa Milà está diseñado para una comunicación fluida
entre las diversas partes del edificio. Para ello, la planta baja presenta dos
accesos con vestíbulos que comunican exterior e interior, y que conectan con
los dos patios de luces. Los dos amplios portales permiten el paso de los
vehículos. Para el acceso a las viviendas, Gaudí priorizó el uso
de ascensores, reservando las escaleras como acceso auxiliar. Sin embargo,
para el acceso al piso principal colocó dos grandes escalinatas, decoradas con
pinturas murales.
Las dos puertas de entrada están
realizadas en hierro forjado y vidrio. Su diseño es orgánico, con una serie de
estructuras de diversa forma que pueden recordar diversos diseños elaborados
por la naturaleza. Su Los portales dan acceso a los dos vestíbulos, uno en el
paseo de Gracia y otro en la calle Provenza. Estos vestíbulos dan acceso tanto
al garaje como a los pisos superiores. El mayor es el del paseo de Gracia que
presenta un techo ondulado, parecido al de una caverna. El de la calle Provenza
es similar en diseño, aunque de menor tamaño y presenta una garita destinada al
portero, elaborada con una fina estructura de hierro y con vidrios tallados con
motivos florales. Uno de los elementos más destacados de los vestíbulos es la
decoración con pinturas murales, realizadas por Aleix Clapés con motivos
ornamentales y temas de inspiración mitológica. Estas pinturas fueron
restauradas entre 1991 y 1992 por Colalucci, jefe
de restauración de los Museos Vaticanos y encargado
anteriormente de la restauración de la Capilla Sixtina.
El acceso a las viviendas se
articula a través de dos grandes patios de luces, que permiten una amplia
iluminación para todos los pisos. El patio del paseo de Gracia tiene forma
cilíndrica mientras que el de Provenza presenta forma elíptica. Es de destacar
la decoración de las paredes, que están pintadas con tonalidades de ocre y
amarillo.
La estructura de pisos de la Casa
Milà arranca de un sótano al cual se accede desde los vestíbulos de entrada por
unas rampas de forma helicoidal. Presenta una estructura de 90 columnas de
piedra, hierro y ladrillo, que sostienen el edificio. Los vecinos accedían por
unas escaleras auxiliares, y contaban cada uno con una plaza de garaje y un
trastero. Tras una rehabilitación efectuada en 1994, el sótano se convirtió en
un auditorio y sala polivalente. Entre el sótano y la planta baja se sitúa un
semisótano originalmente destinado a carboneras, pero que posteriormente fue
ocupado por tiendas. En este semisótano se situaba un pequeño túnel que circundaba
todo el edificio, en donde se encontraban las canalizaciones de servicio,
tuberías de gas y cables eléctricos.
Los pisos de viviendas fueron
diseñados por Gaudí de tal forma que pudiesen amoldarse fácilmente a las
necesidades de los inquilinos, ya que al no tener muros de carga los espacios
son adaptables. Así, todas las plantas y casi todos los pisos presentan
estructuras diferentes, que han ido evolucionando con el paso del tiempo: por
ejemplo, el piso principal, la vivienda del matrimonio Milà, fue posteriormente
una oficina, luego un bingo y actualmente es una sala de exposiciones. Esta
vivienda, la principal del edificio, tenía 1323 m2, con accesos tanto por el
paseo de Gracia como por la calle Provenza, a través de ascensor o de dos
amplias escalinatas que parten del vestíbulo de entrada. Contaba con más 35
espacios de uso diverso, entre los que destacan el recibidor, un oratorio, una
sala de recepción, el despacho del Sr. Milà, el comedor y el dormitorio
principal. Algunas habitaciones recibían nombres especiales, como la «sala
morada» o la «sala china». Cabe destacar los diferentes pavimentos proyectados
por Gaudí según su función: placas de piedra de La Sénia para corredores y
vestíbulos, parqué para salones y habitaciones, y baldosas hidráulicas para
cocinas y baños.
La decoración de la vivienda
principal fue una de las más lujosas y detalladas del edificio, a cargo de Josep Maria Jujol, quien diseñó el
mobiliario y diversos elementos decorativos, siempre bajo la supervisión de
Gaudí. Destaca un pilar con la
inscripción latina charitas
(caridad), junto a las palabras en catalán perdona (perdona) y oblida (olvida),
envueltas de diversos elementos, como una rosa, una cruz, una medusa, una flor
de loto, un huevo y una M (de María) coronada; asimismo, la i de oblida tiene
forma de espermatozoide. En la misma columna, más abajo, se lee tot lo bé creu
(«todo el bien cree»), y en la o de lo aparece una concha. En otra columna
aparece un laúd, en otra un arpa, y en otra una paloma mensajera y una mesa dispuesta
para un banquete. En los cielos rasos y las molduras, elaborados en yeso, Jujol
realizó varios diseños abstractos o de inspiración naturalista —como
ondulaciones marinas—, así como diversas figuras, símbolos e inscripciones,
como la M de María, la frase encara som lliures («todavía somos libres») o
varios versos de poemas y canciones populares catalanas. A la propietaria,
Roser Segimon, no le gustaba esta decoración, por lo que la mandó tapar con
yeso tras la muerte de Gaudí, en 1926.
El resto de viviendas, destinadas
a alquiler, fueron proyectas por Gaudí con el mismo esmero, por lo que cuidó
hasta el último detalle e intervino en elementos decorativos y mobiliario. Por
lo general, los salones y dormitorios de cada vivienda dan a la calle, mientras
que las zonas de servicio dan a los patios interiores. En la primera planta
existen tres viviendas de unos 440 m2 cada una; en la segunda y tercera se
sitúan cuatro viviendas; y en la cuarta hay tres viviendas. Gaudí incluyó para
todas ellas todos los adelantos y comodidades para la época, como luz
eléctrica, calefacción y agua caliente; además, cada vivienda tenía una plaza
de garaje y un trastero en el sótano y un lavadero en el desván. El arquitecto
cuidó al máximo todos los detalles, especialmente puertas y ventanas, diseñadas
con un estilo ornamental plenamente modernista, tal como dictaban los cánones
estilísticos de la época. Por lo general, estos diseños tenían inspiración
orgánica, como gotas de agua, remolinos, medusas, estrellas de mar, algas y flores.
Otro elemento destacado son las molduras de yeso en los marcos de las puertas y
en los arcos interiores de las viviendas, con diversos diseños originales con
formas orgánicas o abstractas. Gaudí incluso diseñó los picaportes de las
puertas, realizados en bronce con diseños nuevamente innovadores y originales,
con formas casi escultóricas.
La última planta es el desván,
que Gaudí concibió de forma independiente al resto del edificio, con una
original estructura y funcional. Esta planta albergaba los lavaderos y otras
zonas de servicios, y actuaba a la vez como regulador térmico, aislando el
edificio de las temperaturas extremas, tanto de invierno como de verano. Para
ello, el arquitecto se inspiró en la típica buhardilla de la masía catalana,
pero con un nuevo diseño basado en arcos parabólicos que no necesitan columnas
ni muros de carga, y que consiguen un espacio diáfano que crea un corredor a
todo lo largo del edificio. Estos arcos se unen en el techo en una especie de
espina dorsal que recuerda el esqueleto de algún animal o la estructura de un
barco dispuesta al revés. En su parte exterior, este desván se sitúa unos
metros más adentro que la línea de la fachada, y está surcado por dos líneas de
pequeñas ventanas, las inferiores un poco más grandes que las superiores. En el
espacio entre el desván y la fachada se halla un estrecho paso de ronda que
circunvala el edificio, en cuyo recorrido se encuentran cuatro pequeñas cúpulas
de perfil parabólico. El desván fue remodelado en 1953 por el arquitecto Francisco
Barba Corsini, que creó trece apartamentos de alquiler, de estética moderna y
alejados del proyecto gaudiniano. Sin embargo, tras la adquisición del edificio
por Caixa Catalunya, en 1996 fue restaurado, devolviéndole el diseño original
elaborado por Gaudí, y actualmente acoge el Espai Gaudí (Espacio Gaudí), una
exposición sobre la vida y obra del arquitecto, con maquetas y material
audiovisual de las principales innovaciones realizadas por el arquitecto
catalán.
Durante la Guerra Civil Española
la Pedrera fue ocupada por el PSUC. Los Milà, que estaban veraneando en Blanes
al estallido de la contienda, se pasaron al bando nacional, y volvieron a su
casa una vez terminada la guerra. En 1940 falleció Pere Milà, y pocos años
después, en 1946, su mujer vendió el inmueble a la Inmobiliaria CIPSA, si bien
siguió viviendo en su piso hasta su fallecimiento en 1964.
La Pedrera ha sufrido diversos cambios:
en 1927 se ordenó la remodelación del interior del piso principal, y se perdió
la decoración efectuada por Gaudí; en 1932 se transformaron las carboneras en
tiendas, eliminando las rejas de hierro que separaban el semisótano y la calle;
en 1954 la Inmobiliaria CIPSA construyó trece apartamentos en el desván; en
1966 se transformó la planta noble en oficinas; entre 1971 y 1975 se efectuó
una primera restauración y en 1986 lo adquirió la Caixa de Catalunya, que ha
efectuado continuadas obras de conservación y restauración y la mantiene
abierta al público para su visita, para lo que se puede entrar en las viviendas
de la planta cuarta, el desván y la terraza. Las demás plantas están ocupadas
por oficinas o todavía por algunas familias residentes.
La Casa Milà fue declarada
Monumento Histórico-Artístico de Carácter Nacional en 1969, y en 1984 la Unesco
la incluyó dentro del Lugar Patrimonio de la Humanidad «Obras de Antoni Gaudí».
Desde su apertura al público en
1987 ha recibido más de 20 millones de visitas (un millón cada año
aproximadamente), convirtiéndola en uno de los diez lugares más visitados de
Barcelona.
Desde el año 2013, La Pedrera es
propiedad de la Fundación Catalunya-La Pedrera, que es la encargada de
organizar exposiciones, actividades y visitas.
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