La familia de Felipe IV, o Las Meninas, como se conoce el cuadro
desde el siglo XIX es considerada la obra maestra del pintor del siglo de oro
español, Velázquez, andaluz que solía firmar como “Diego Velázquez” o comco “Diego
de Silva Velázquez”. El cual estudió y practicó el arte de la pintura en su
ciudad natal hasta cumplir los
veinticuatro años cuando se trasladó a Madrid y entró a servir al rey hasta su
muerte en 1660. Gran parte de su obra iba destinada a las colecciones y pasó
luego al Prado, donde se conserva.
Fue acabado en 1656 en el
cuarto del Príncipe del Alcázar de Madrid, escenario de la acción, y pertenece
al último periodo artístico del artista, en plena madurez. Es una pintura
realizada al óleo sobre lienzo de grandes dimensiones formado por tres bandas
cosidas verticalmente donde las figuras en primer plano muestran un tamaño
natural.
Como ya hemos comentado
Velázquez pintó las meninas en 1656, durante el reinado de Felipe IV, penúltimo
monarca de los Austrias. Hacía más de diez años de la caída del Conde Duque de
Olivares y ocho años del final de la Guerra de los Treinta Años con el
resultado de la Paz de Westfalia. Cuando Velázquez pintó el cuadro el rey ya
estaba muy envejecido y con evidentes signos de cansancio que se pueden ver en
la obra. Dos años después de terminar el lienzo de Las Meninas, en 1658, Velázquez se encontraba en Madrid con grandes
artistas como Murillo, Alonso Cano y Zurbarán. Este último tomó parte activa en
el proceso que permitió a Velázquez ingresas en la Orden de Santiago.
Después de la ejecución de
este cuadro, en 1660 se impuso el matrimonio entre el rey de Francia Luis XIV y
la Infanta María Teresa, hija del monarca Felipe IV. Velázquez fue el encargado
de preparar este encuentro para lo que se trasladó a la Isla de los Faisanes,
después de este viaje falleció en Madrid. Fue enterrado el 6 de agosto de 1660
con el vestido y la insignia de caballero de la Orden de Santiago. Se dice, sin
ninguna seguridad, que fue Felipe IV quien añadió después del fallecimiento del
artista la cruz de la orden sobre el pecho de Velázquez en el cuadro.
El cuadro a lo largo de la
historia ha pasado por diversos nombres hasta llegar a como se conoce
actualmente. Se describe por primera vez en el inventario del Real Alcázar de
Madrid en 1666 descrito como “Retrato de la emperatriz” en alusión a su
protagonista,, la infanta Margarita Teresa de Austria. Después en la lista de
obras salvadas del incendio del Alcázar aparecía con el título de La familia de Felipe IV, que fue el que
tuvo al ingresar en el Museo. Será en 1843, en el catálogo de obras del Museo
del Prado cuando reciba el nombre de Las Meninas, que proviene de la
descripción del escritor Antonio Palomino que decía <<dos damitas acompañan a la infanta niña, son dos
meninas>>. Con este nombre portugués se conocía a las acompañantes
que servían como doncellas a las infantas hasta su mayoría de edad.
Es un retrato de grupo
realizado en un espacio concreto y protagonizado por personajes identificables que llevan a cabo acciones comprensibles.
Los protagonistas son:
·
Infanta
Margarita: Era una niña en el momento de la realización de la
pintura y es la figura principal. Tenía unos cinco años de edad y alrededor de
ella gira toda la representación. Fue uno de los personajes de la familia real
que más retrató Velázquez ya que desde muy pequeña estaba comprometida con su
tío materno y los retratos del pintor le servían a Leopoldo I para ver el
estado de su prometida. La pintó por primera vez cuando tenía dos años, cuadro
que se encuentra en Viena y se considera como una gran obra de la pintura
infantil. Velázquez la presenta vestida con el guardainfante y la basquiña gris
y crema.
·
Isabel
de Velasco: Hija del VIII conde de Fuensalida. Contrajo matrimonio
con el duque de Arcos y murió en 1659, tras ser dama de honor de la infanta. Es
la menina que está de pie a la derecha, vestida con la falda o basquiña de
guardainfante, en actitud de reverencia.
·
María
Agustina Sarmiento de Sotomayor: Es la otra menina situada
a la izquierda. Está ofreciendo agua en un búcaro que era una pequeña vasija de
arcilla perfumada que refrescaba el agua. La menina inicia el gesto de
reclinarse ante la Infanta, gesto propio del protocolo de palacio.
·
Mari
Bárbola: Entró en palacio en el año en el que nació la infanta y
la acompañaba siempre en un séquito. Es la enana acondroplástica que aparece a
la derecha.
·
Nicolasito
Pertusato: Enano de origen noble que llegó a ser ayudante de
cámara del rey y murió a los 75 años. Está situado en primer término junto a un
perro mastín.
·
Marcela
de Ulloa: Era la encargada de cuidar y vigilar a todas las
doncellas que rodeaban a la infanta. Se encuentra en la pintura con vestiduras
de viuda y conversando con otro personaje.
·
El
personaje que está a su lado, medio en penumbra, es el único del que
Palomino no da el nombre mencionándolo como un guardadamas.
·
José
Nieto Velázquez: Era el aposentador de la reina. En la pintura
está situado en el fondo, en una puerta abierta por donde entra la luz
exterior. Se muestra a Nieto cuando hace una pausa, con la rodilla doblada y
los pies sobre escalones diferentes. No se está seguro de si su intención era
entrar o salir de la estancia.
·
Diego
Veláquez: El autorretrato del pintor se encuentra de pie detrás de
un gran lienzo y con la paleta y el pincel en las manos. El emblema que luce en
el pecho fue pintado posteriormente cuando fue admitido como caballero de la
Orden de Santiago. Según palomino: «algunos dicen que su Majestad mismo se lo pintó, para aliento de los
Profesores de esta Nobilísima Arte, con tan superior Chronista; porque cuanto
pintó Velázquez este cuadro, no le había hecho el Rey esta merced».
·
Felipe
IV y
su esposa Mariana de Austria: Aparecen
reflejados en un espejo, colocado en el centro y fondo del cuadro pareciendo
indicar que es precisamente el retrato de los monarcas lo que estaba pintando
Velázquez sin embargo no hay ninguna constancia de que el pintor creará nunca
ese retrato.
El espacio representado es
la pieza principal del cuarto del príncipe. Aunque el alcázar resulto destruido
en el incendio de 1734 a partir de lo que indican los inventarios ha sido
posible reconstruir la disposición de la estancia representada con notable
fidelidad por Velázquez, sin otro cambio que el espejo que no se menciona en
los inventarios. Se trata de una sala rectangular, de aproximadamente varios
metros de largo y más de cinco de ancho con
ventanas alineadas en uno de sus lados. En la pared del fondo se disponían
cuatro cuadros de la serie de mitologías ovidianas a los lados del pintor y apenas visibles, y
otros dos de mayor tamaño en la parte alta cuyos motivos llegan a advertirse en
la penumbra de la estancia. El artista resolvió con gran habilidad todos los
problemas de composición del espacio, gracias al dominio que tenía del color y
a la gran facilidad para caracterizar a los personajes.
Las figuras de primer
término están resueltas mediante pinceladas sueltas y largas con pequeños
toques de luz. La falta de definición aumenta hacia el fondo, siendo la
ejecución más somera hasta dejar las figuras en penumbra. Esta misma técnica se
emplea para crear la atmósfera nebulosa de la parte alta del cuadro, que
habitualmente ha sido destacada como la parte más lograda de la composición.
El espacio arquitectónico es más complejo que en otros cuadros del
pintor, siendo el único donde aparece el techo de la habitación. La profundidad
del ambiente está acentuada por la alternancia de las jambas de las
ventanas y los marcos de los cuadros colgados en la pared derecha. Este
escenario en penumbra resalta el grupo fuertemente iluminado de la infanta.
Las meninas suponen la
culminación del estilo pictórico de Velázquez en proceso continuado de
simplificación de su técnica, primando el realismo visual sobre los efectos del
dibujo. Velázquez en su evolución artística entendió que para plasmar con
exactitud cualquier forma solo se precisaban unas determinadas pinceladas. La
simplicidad fue su objetivo en su época de madurez y en Las meninas es
donde mejor consiguió reflejar estos logros.
En Las meninas destaca
su equilibrada composición. La mitad inferior del lienzo está llena de
personajes en dinamismo contenido mientras que la mitad superior está en una
progresiva penumbra de quietud. Los cuadros colgados de las paredes, el espejo,
la puerta abierta del fondo son una sucesión de formas rectangulares que forman
un contrapunto a los sutiles juegos de color que ocasionan las actitudes y
movimientos de los personajes. La composición se articula repitiendo la forma
y las proporciones de los dos tríos principales en una posición muy
reflexionada que no precisó ajustes y modificaciones sobre la marcha, como
acostumbraba a hacer Velázquez en su forma de pintar.. Esta disposición elegida
y la armonía de los tonos consiguen esa maravillosa naturalidad que le da ese
aspecto de secuencia improvisada captada fugazmente.
Velázquez fue un maestro en
el tratamiento de la luz. Iluminó el cuadro con tres focos luminosos
independientes. El más importante es
el que incide sobre el primer plano procedente de una ventana de nuestra
derecha que no se ve, que ilumina a la Infanta y su grupo convirtiéndola a ella
en el principal foco de atención. El amplio espacio que hay detrás se va
diluyendo en penumbras hasta que en el fondo un nuevo y pequeño foco luminoso irrumpe desde otra ventana lateral
derecha cuyo resplandor incide sobre el techo y la zona trasera de la
habitación. El tercer foco luminoso es el fuerte contraluz de la puerta abierta
en la parte frontal desde donde la luminosidad se proyecta desde el fondo del
cuadro hacia el espectador. El entrecruzamiento de esta luz frontal de dentro a
fuera y las transversales aludidas, forma distintos juegos luminosos de
inclinaciones varias de arriba hacia abajo o de derecha a izquierda, creando
una ilusión de planos superpuestos en profundidad de gran verosimilitud.
Velázquez busca neutralizar
los matices destacando solo algunos elementos. Así en el grupo de personajes
principal, sobre una capa ocre solo destaca algunos matices grises y amarillentos
en contraposición a los grises oscuros del fondo y de la zona alta del cuadro.
Ligeros y expresivos toques negros y rojos más la blancura rosada de las
carnaciones completan el efecto armónico. Esta idea de neutralizar los matices
predomina en su arte, tanto al definir con pocos y precisos trazos negros el
personaje a contraluz del fondo, como cuando obtiene la verdadera calidad de la
madera, o cuando siembra de pequeños trazos blancos la falda amarillenta de la
Infanta o al dibujar su ligero pelo rubio.
El cuadro está pintado a la
última manera de Velázquez.. En esta última etapa se aprecia una mayor dilución
de los pigmentos, un adelgazamiento de las capas pictóricas, una aplicación de
la pincelada desenfadada, atrevida y libre. Las meninas se
realizó de forma rápida e intuitiva según la costumbre de Velázquez de pintar
de primeras el motivo, con espontaneidad. En esta última década de su
vida, Velázquez consiguió un dominio de la técnica pictórica y de la
perspectiva aérea, que trasmitió en Las meninas y en Las
hilanderas. En ambas obras consiguió la sensación de que entre los
personajes hay un espacio de «aire» que los difumina a la vez que los aúna a
todos ellos, llevando a su extremo la técnica de pinceladas sueltas y ligeras
que había empezado a emplear en su periodo intermedio.
La calidad técnica del
cuadro ha hecho posible su buen estado de conservación sin que apenas se
observen craquelados. Las medidas originales fueron ligeramente retocadas
en una primera restauración, en la que el cuadro se volvió a entelar. En el
borde superior y el lado lateral derecho se puede detectar las señales que
dejaron los clavos que fijaban la tela al bastidor.
Los estudios radiográficos
llevados a cabo en el Museo del Prado han demostrado que Velázquez realizó la pintura
directamente en el lienzo sin bocetos previos a la manera de la
llamada Escuela veneciana. Las correcciones o pentimenti fueron
múltiples, siendo las más notables las que afectaron al propio pintor, que en
un primer estado se presentaba con el rostro de perfil girado hacia la infanta;
la mano derecha de la infanta también estaba corregida y puesta más baja que en
su posición inicial; y otros arrepentimientos que se encuentran en el espejo
del fondo. Los contornos de las figuras se realizaron con trazos largos y
sueltos, aplicando luego toques rápidos y breves para destacar las luces de los
rostros, manos y detalles de los vestidos. La rapidez de ejecución se aprecia
en los detalles decorativos.
Velázquez empleó una gama de
colores fría y sobria. Al aplicar las pinceladas apenas roza el lienzo,
consiguiendo una textura fina. Los personajes son tratados de forma
naturalista, ya sea la menina Agustina Sarmiento o la propia infanta Margarita.
Velázquez utilizó los blancos de plomo sin casi mezclas en diversos
puntos del cuadro, como en las camisas, los puños de Mari Bárbola o
la manga derecha de Agustina Sarmiento; lo hizo con un toque rápido y
decidido que consigue el reflejo de las vestiduras y adornos. En los cabellos
de la infanta y en sus adornos, también se aprecia el arte de la pincelada del
maestro. En el caso de Nicolasito Pertusato, la definición queda más
desdibujada. Velázquez empleó toques de lapislázuli sobre todo en el
vestido de Mari Bárbola con objeto de conseguir reflejos en el color profundo
de este vestido. Los personajes reflejados en el espejo están elaborados de
manera más rápida y con una técnica esbozada.
A pesar de los muchos
estudios que los historiadores de arte han dedicado a encontrar un
significado al lienzo, Las meninas sigue planteando incógnitas
de difícil respuesta. El primer problema es la dificultad misma que existe para
establecer el género pictórico al que pertenecen, ya que no se
atiene a ninguno de los géneros tradicionales. Se trata de un
retrato cuya protagonista es la infanta Margarita con algunos miembros de su
séquito. Pero no se trata de un retrato de grupo convencional, pues
en él parece estar ocurriendo algo que solo queda sugerido por
la dirección de las miradas de seis de los nueve personajes hacia fuera del cuadro.
Jonathan Brown sugirió que la escena representaría el momento en que
la infanta Margarita llegando al estudio de Velázquez para ver
trabajar al artista pide agua, que le ofrece la menina situada a la izquierda,
instante en el que también entran el rey y la reina, reflejándose sus figuras
en el espejo de la pared del fondo. Ante esa aparición, la acción se detiene y
los que ya han advertido la presencia de los reyes, no todos, dirigen hacia
ellos sus miradas. Para Thomas Glen los reyes han permanecido durante un
tiempo sentados, posando ante el pintor que los retrata en presencia de la
infanta cuando deciden dar por terminada la sesión. En ese momento las miradas
se dirigen hacia ellos. El aposentador de la reina, abriendo la puerta del
fondo, indica que las personas reales se disponen a cruzar el espacio
representado.
Los intentos
de descubrir un significado oculto más allá de la pura apariencia de lo
representado han sido también diversos. El primero en plantearse una hipótesis
fue Charles de Tolnay quien interpretó a Las
Meninas como una reivindicación de la nobleza de la pintura. Otra
interpretación fue la de Xavier Salas que veía en el protagonismo de la infanta
Margarita «la exclusiva esperanza por
entonces de perpetuar la rama española de los Habsburgo».
Subrayando la dificultad de la
interpretación, López Rey concluye que sea el que fuese el asunto que
Velázquez está pintando en su lienzo lo cierto es que no quiso mostrarlo. Es una
pintura dentro de otra pintura, subrayando la división entre pintura y
realidad.
Muchos artistas
del Renacimiento emplearon la sección áurea en sus dibujos, por ejemplo el gran
maestro Leonardo da Vinci. Velázquez, en la composición áurea de
su cuadro Las meninas, lo ordena con una espiral, cuyo centro está
situado sobre el pecho de la infanta Margarita marcando con ello el centro
visual de máximo interés. El punto de fuga de
la perspectiva está detrás de la puerta donde se encuentra José
Nieto; precisamente, allí es donde va la vista en busca de la salida del
cuadro; la gran luminosidad existente en este punto provoca que la mirada se
fije en ese lugar.
En Las meninas se
puede estructurar el cuadro en diferentes espacios. La mitad superior de la
obra está dominada por un espacio vacío, en el que Velázquez pinta el aire.
Otro espacio importante es el del punto de fuga del fondo del cuadro,
muy luminoso, donde un personaje huye de la intimidad del momento.
La estructura espacial y la
posición del espejo están dispuestas de tal manera que parece que Felipe IV y
Mariana se encontraran delante de la infanta y sus acompañantes. Aunque solo se
pueden ver reflejados en el espejo, la representación de la pareja real ocupa
un lugar central en la pintura, tanto por la jerarquía social como por la
composición del cuadro. La posición del espectador en relación con ellos es
incierta. La cuestión es saber si el espectador está cerca de la pareja real o
si los reemplaza para saber cuál es el objetivo de la atención de las miradas
de Velázquez, de la infanta y de Mari Bárbola, que mira directamente hacia el
observador de la pintura.
En Las meninas se
supone que la reina y el rey están fuera de la pintura, y su reflejo en el
espejo los sitúa en el interior del espacio pictórico.
Probablemente Las meninas han
estado influenciadas por el cuadro de Jan van Eyck, El matrimonio
Arnolfini. Cuando Velázquez estaba pintando Las meninas, el
cuadro de Van Eyck formaba parte de la colección de palacio de Felipe IV y
Velázquez por lo que, sin duda, conocía muy bien esta obra. En El
matrimonio Arnolfini de manera similar, hay un espejo en la parte
posterior de la escena pictórica, que refleja dos personajes de cara y una
pareja de espalda. Además, muestra los personajes que son observados por el
pintor y, al mismo tiempo, mediante el espejo, se pueden ver los individuos que
entran y que dirigen la atención hacia Velázquez, desembocando en una
reciprocidad de miradas que trae como consecuencia que la imagen salga de su
marco y convide al visitante a entrar dentro de la tela.
El espejo del cuadro tiene una
medida de unos treinta centímetros de altura, y las imágenes del rey y la reina
están, de manera intencionada, difusas. Hay un efecto similar está
presente en la Venus del espejo, el único de los desnudos pintados
por Velázquez que se ha conservado. Jonathan Miller comenta que, además del
espejo representado en Las meninas, podemos imaginar la existencia
de otro espejo que no aparece en el cuadro, sin el cual habría sido difícil que
Velázquez se hubiera podido pintar a él mismo, autorretratándose.
El cuadro de Las Meninas ha dado diversas opiniones a lo largo de su historia, y
aunque la mayoría son positivas también hay alguna negativa. Algunas citas son:
- El escritor Théophile Gautier en el siglo
XIX a la vista de la pintura exclamó la famosa frase: «¿Dónde está el
cuadro?».
- El gran pintor del impresionismo Édouard
Manet realizó el siguiente comentario: «Velázquez, por sí solo justifica
el viaje. Los pintores de todas las escuelas que le rodean, en el museo de
Madrid, parecen simples aprendices. Es el pintor de los pintores».
- Durante una visita conjunta que
realizaron Salvador Dalí y Jean Cocteau al Museo del Prado,
se les realizó la pregunta que salvarían en caso de incendio del Museo,
Cocteau respondió «el fuego», mientras que Dalí dijo «el aire de Las
meninas».
Las Meninas no alcanzarón la fama hasta que llegaron al Museo del
Prado en 1819. Hasta entonces había permanecido confinada en palacios reales de
acceso restringido, primero en el Alcázar de Madrid y luego en el actual
Palacio de Oriente. El primer seguidor de Velázquez fue sin duda su yerno Juan Bautista del Mazo como se puede
ver en obras como La familia del pintor
Juan Bautista Martínez del Mazo que remite sin duda a Las Meninas.
Luca Giordano después de su viaje a Madrid realizó una pintura con
título Homenaje a Velázquez que se conserva en la National Gallery de Londres.
Hay varios grabados del cuadro,
el primero fue de Francisco de Goya y
Lucientes. Otro grabado fue de Pierre
Audouin el cual lo hizo en París antes de 1800.
La influencia de Velázquez y Las Meninas en Goya se mantuvo a lo
largo del tiempo. En 1800 Goya realizó el retrato de La Familia de Carlos IV donde, en un acto de homenaje, Goya se
autorretrata. También escultores se han influenciado en el cuadro como en la escultura Homenaje a Las Meninas de Jorge Oteiza o Las Meninas de Manolo Valdés.
Famosa es la frase
de Picasso dicha en 1950 a su amigo Sabartés en una conversación
sobre arte:
<<Si alguien se pusiese a copiar Las Meninas,
totalmente con buena fe, al llegar a cierto punto y si el que las copiara fuera
yo, diría: ¿Y si pusiera ésta un poquito más a la derecha o a la izquierda? Yo
probaría de hacerlo a mi manera, olvidándome de Velázquez>>
Una versión reducida del cuadro
se conserva en el palacio campestre de Kingston Lacy,
en Dorset, Inglaterra (Reino Unido). Diversos expertos insisten
en que podría ser un «modelo» pintado por Velázquez antes que el
original del Museo del Prado. Se debate si es el modelo preparatorio hecho
por el autor o una copia posterior hecha por su discípulo y yerno Juan Bautista
Martínez del Mazo. En cualquier caso entraña gran interés pues no se conoce
ninguna copia de dicho cuadro anterior al siglo XIX.
En conclusión podemos decir que
su escenario es uno de los espacios más creíbles que nos ha dejado la pintura
occidental; su composición aúna la unidad con la variedad; los detalles de
extraordinaria belleza se reparten por toda la superficie pictórica; y el
pintor ha dado un paso decisivo en el camino hacia el ilusionismo. Las Meninas se han convertido en la obra
maestra del pintor Velázquez y es una de las obras pictóricas más analizadas y
comentadas en el mundo del arte.