El Martirio
El Martirio de San
Felipe es una pintura realizada por José
de Ribera en 1639 para el rey
Felipe IV. Se pinta el momento en que están preparando la crucifixión, no el martirio mismo. La técnica usada
fue óleo sobre lienzo y su estilo es
barroco. En cuanto a la pincelada
es suelta, donde los detalles a poca distancia se difuminan, pero a la
distancia adecuada reflejan a la perfección las calidades. Sus dimensiones son
de 234 x 234 cm. Durante un tiempo se pensó que representaba el martirio de san
Bartolomé, pero no se encuentra aquí el gran cuchillo con el que se lo suele
representar (pues fue desollado vivo). Por eso se acabó considerando que se
trata de san Felipe. Aunque esta obra estuvo instalada en el Palacio del Buen
Retiro (Madrid), en la actualidad la podemos encontrar en el Museo del Prado (Madrid).
José de Ribera nació en
Valencia en 1591. Fue hijo de un zapatero, no se posee casi ningún
testimonio o prueba documental de su infancia y primera formación artística. En
1615, con 24 años se trasladó a Roma e inmediatamente después a Nápoles, donde se establecería por el
resto de su vida (1652). Allí se ganó el sobrenombre de “El españoleto” debido a su baja estatura y su procedencia española.
Su obra artística se basó en tres períodos: en su primera
etapa (1620-1635) adoptó la técnica
tenebrista de Caravaggio, esta se basaba en poner un foco de luz externo a
la pintura que incidiese de forma diagonal en las figuras, dando un contraste
muy fuerte entre esta luz y la oscuridad del fondo. Además usaba pasta espesa y
rugosa para pintar la piel de las personas, como por ejemplo: San Andrés, San Onofre y El Salvador.
En su segunda etapa
(1635-3640) disminuyó su uso de la estética tenebrista y se empezó a
influenciar por la pintura veneciana.
Se fijaba más en el paisaje y su pincelada es más suela y destacan colores más
claros y variados. Ejemplos de obras de este período serían: El martirio de San Felipe, El sueño de Jacob o la Trinidad.
En la tercera etapa
(1640-1652) volvió al tenebrismo, aunque no de forma tan radical como en su
primera etapa. Pues juntó un tenebrismo
más suave con característica de la etapa anterior como: la pincelada suela y la variedad de colores.
De esta forma se ve su evolución por los distintos estilos. Un ejemplo de esta
época sería La comunión de los apóstoles.
Debido a que Ribera residía en Italia sus temáticas se
desarrollaron antes que sus contemporáneos de su tierra natal. Estas tocaban temas como las enfermedades raras o rarezas, unos ejemplos serían La mujer barbuda o El patizambo. Otros temas serían el mitológico con carácter realista y el religioso, destacando imágenes de gran dureza como los martirios de
los santos.
El autor tiene muchas influencias
como pueden ser el naturalismo tenebrista, la claridad clasicista y el color
veneciano.
El tema es religioso
católico donde se nos muestra a San
Felipe en el momento de su ejecución. En el lienzo se representa a Felipe de
Betsaida, el quinto apóstol de Jesús. Fue martirizado y crucificado en
Hierápolis, pero atado con cuerdas y no con clavos como a Jesucristo. Ribera
representa el cuadro en un momento de sufrimiento contenido como se puede apreciar
en el rostro del mártir mientras es rodeado de personajes espectadores así como
lo somos nosotros. Con todo ello los que se pretende es hacer propaganda de la
fe.
La imagen se compone
mediante un juego de diagonales, lo que produce una ruptura visual con
respecto a la etapa anterior (Renacimiento), donde predomina el equilibrio. Hay
dos diagonales claras: una de ellas
está formada por el brazo y el cuerpo del santo que presenta escorzo y la otra
está trazada por las figuras que se ven a la derecha y la espalda del hombre
que sujeta al santo por los pies. La sucesión
de triángulos formados por las varas de elevación, los brazos del santo e
incluso el hueco que deja el cuerpo del mártir, dan a la escena el dinamismo y
la carga escénica propia de la teatralidad barroca. Estas formas contrastan con
la verticalidad del palo de la cruz.
La obra plantea un espacio
reducido que da cabida a los personajes que envuelven a la figura
principal. Las figuras son muy realistas,
huyendo de la idealización, con un especial interés por las texturas. Aunque los
cuerpos están deformados por el esfuerzo
y la tensión. El cuadro se
completa con unas figuras a la derecha, que asisten al espectáculo comentando
lo que está ocurriendo y otras que se encuentran a nuestra izquierda, y que
parecen ausentes. Entre estas figuras se encuentra una mujer con un niño en sus
brazos, como un contrapunto a la crueldad del momento. Los escorzos de algunas
figuras son violentos. El tenebrismo continúa pero menos marcado, como se ve
por ejemplo en el rostro del santo.
En cuanto a la luz podemos
decir que proviene del exterior, es natural,
e influye sobretodo en el pecho de San Felipe, se pueden apreciar también rasgos derivados del tenebrismo de Caravaggio en la parte derecha del
mártir, también se ven rasgos de las pinturas venecianas en la luminosidad de
los rostros de las personas, y un realismo y teatralidad propios del autor
valenciano. Pues los contrastes de luz
y sombras de su cara potencian el
dramatismo.
En cuanto al color,
podemos destacar que los colores y la distribución marcaron la angustia previa
al martirio, se observa un gran
contraste de color entre el rojo de uno de los verdugos y el azul del
cielo, aunque predominan colores como el marrón, el verde, el gris y el
amarillo en tonalidades oscuras. Se observa que es un cuadro realizado con
colores fríos pero se aprecia cálido en el ropaje rojo uno de los verdugos. Por
otra parte podemos observar que el autor consiguió dar realismo a diversas calidades cómo la madera de la cruz, el pelo,
la piel, las ropas, las cuerdas, y el pañuelo de la mujer que aparece en la
esquina inferior izquierda. Ribera realizó esta representación con una clara pincelada suelta, propia al final de su
segunda etapa y principio de la tercera, a la que pertenece este lienzo.
El cielo del fondo
también ocupa una parte importante del lienzo, pues hace que todos los personajes
se concentren en la parte inferior, acentuando aún más el dramatismo del
martirio y haciendo que nosotros como espectadores concentremos toda la
atención en esa parte del cuadro y nos convirtamos en testigos del eminente
martirio.
Para terminar, a parte del contenido religioso de la obra, este
lienzo da al espectador una sensación clara de realismo, emoción y teatralidad
en una misma obra, características presentes en gran parte de las obras de José
de Ribera. Pues como dice Gabriele Finaldi, director de la National Gallery: “La
aportación de Ribera a la iconografía del dolor es realmente única”.
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