sábado, 25 de marzo de 2017

MARTIRIO DE SAN FELIPE

El Martirio

El Martirio de San Felipe es una pintura realizada por José de Ribera en 1639 para el rey Felipe IV. Se pinta el momento en que están preparando la crucifixión, no el martirio mismo. La técnica usada fue óleo sobre lienzo y su estilo es barroco. En cuanto a la pincelada es suelta, donde los detalles a poca distancia se difuminan, pero a la distancia adecuada reflejan a la perfección las calidades. Sus dimensiones son de 234 x 234 cm. Durante un tiempo se pensó que representaba el martirio de san Bartolomé, pero no se encuentra aquí el gran cuchillo con el que se lo suele representar (pues fue desollado vivo). Por eso se acabó considerando que se trata de san Felipe. Aunque esta obra estuvo instalada en el Palacio del Buen Retiro (Madrid), en la actualidad la podemos encontrar en el Museo del Prado (Madrid).

José de Ribera nació en  Valencia en 1591. Fue hijo de un zapatero, no se posee casi ningún testimonio o prueba documental de su infancia y primera formación artística. En 1615, con 24 años se trasladó a Roma e inmediatamente después a Nápoles, donde se establecería por el resto de su vida (1652). Allí se ganó el sobrenombre de “El españoleto” debido a su baja estatura y su procedencia española.

Su obra artística se basó en tres períodos: en su primera etapa (1620-1635) adoptó la técnica tenebrista de Caravaggio, esta se basaba en poner un foco de luz externo a la pintura que incidiese de forma diagonal en las figuras, dando un contraste muy fuerte entre esta luz y la oscuridad del fondo. Además usaba pasta espesa y rugosa para pintar la piel de las personas, como por ejemplo: San Andrés, San Onofre y El Salvador.

En su segunda etapa (1635-3640) disminuyó su uso de la estética tenebrista y se empezó a influenciar por la pintura veneciana. Se fijaba más en el paisaje y su pincelada es más suela y destacan colores más claros y variados. Ejemplos de obras de este período serían: El martirio de San Felipe, El sueño de Jacob o la Trinidad.

En la tercera etapa (1640-1652) volvió al tenebrismo, aunque no de forma tan radical como en su primera etapa. Pues juntó un tenebrismo más suave con característica de la etapa anterior como: la pincelada suela y la variedad de colores. De esta forma se ve su evolución por los distintos estilos. Un ejemplo de esta época sería La comunión de los apóstoles.

Debido a que Ribera residía en Italia sus temáticas se desarrollaron antes que sus contemporáneos de su tierra natal. Estas tocaban temas como las enfermedades raras o rarezas, unos ejemplos serían La mujer barbuda o El patizambo. Otros temas serían el mitológico con carácter realista y el religioso, destacando imágenes de gran dureza como los martirios de los santos.

El autor tiene muchas influencias como pueden ser el naturalismo tenebrista, la claridad clasicista y el color veneciano.

El tema es religioso católico donde se nos muestra a San Felipe en el momento de su ejecución. En el lienzo se representa a Felipe de Betsaida, el quinto apóstol de Jesús. Fue martirizado y crucificado en Hierápolis, pero atado con cuerdas y no con clavos como a Jesucristo. Ribera representa el cuadro en un momento de sufrimiento contenido como se puede apreciar en el rostro del mártir mientras es rodeado de personajes espectadores así como lo somos nosotros. Con todo ello los que se pretende es hacer propaganda de la fe.

La imagen se compone mediante un juego de diagonales, lo que produce una ruptura visual con respecto a la etapa anterior (Renacimiento), donde predomina el equilibrio. Hay dos diagonales claras: una de ellas está formada por el brazo y el cuerpo del santo que presenta escorzo y la otra está trazada por las figuras que se ven a la derecha y la espalda del hombre que sujeta al santo por los pies. La sucesión de triángulos formados por las varas de elevación, los brazos del santo e incluso el hueco que deja el cuerpo del mártir, dan a la escena el dinamismo y la carga escénica propia de la teatralidad barroca. Estas formas contrastan con la verticalidad del palo de la cruz.

La obra plantea un espacio reducido que da cabida a los personajes que envuelven a la figura principal. Las figuras son muy realistas, huyendo de la idealización, con un especial interés por las texturas. Aunque los cuerpos están deformados por el esfuerzo y la tensión. El cuadro se completa con unas figuras a la derecha, que asisten al espectáculo comentando lo que está ocurriendo y otras que se encuentran a nuestra izquierda, y que parecen ausentes. Entre estas figuras se encuentra una mujer con un niño en sus brazos, como un contrapunto a la crueldad del momento. Los escorzos de algunas figuras son violentos. El tenebrismo continúa pero menos marcado, como se ve por ejemplo en el rostro del santo.

En cuanto a la luz podemos decir que proviene del exterior, es natural, e influye sobretodo en el pecho de San Felipe, se pueden apreciar también rasgos derivados del tenebrismo de Caravaggio en la parte derecha del mártir, también se ven rasgos de las pinturas venecianas en la luminosidad de los rostros de las personas, y un realismo y teatralidad propios del autor valenciano. Pues los contrastes de luz y sombras de su cara potencian el dramatismo.

En cuanto al color, podemos destacar que los colores y la distribución marcaron la angustia previa al martirio, se observa un gran contraste de color entre el rojo de uno de los verdugos y el azul del cielo, aunque predominan colores como el marrón, el verde, el gris y el amarillo en tonalidades oscuras. Se observa que es un cuadro realizado con colores fríos pero se aprecia cálido en el ropaje rojo uno de los verdugos. Por otra parte podemos observar que el autor consiguió dar realismo a diversas calidades cómo la madera de la cruz, el pelo, la piel, las ropas, las cuerdas, y el pañuelo de la mujer que aparece en la esquina inferior izquierda. Ribera realizó esta representación con una clara pincelada suelta, propia al final de su segunda etapa y principio de la tercera, a la que pertenece este lienzo.

El cielo del fondo también ocupa una parte importante del lienzo, pues hace que todos los personajes se concentren en la parte inferior, acentuando aún más el dramatismo del martirio y haciendo que nosotros como espectadores concentremos toda la atención en esa parte del cuadro y nos convirtamos en testigos del eminente martirio.


Para terminar, a parte del contenido religioso de la obra, este lienzo da al espectador una sensación clara de realismo, emoción y teatralidad en una misma obra, características presentes en gran parte de las obras de José de Ribera. Pues como dice Gabriele Finaldi, director de la National Gallery: “La aportación de Ribera a la iconografía del dolor es realmente única”.

















EL CONDE DUQUE DE OLIVARES

CONDE DUQUE DE OLIVARES DE VELAZQUEZ

Velazquez es un pintor barroco del siglo XVII, por lo que vivió en el siglo de oro del arte español. Empezó en el taller de Pacheco (Sevilla), donde pintó obras con un realismo inusual y magníficos efectos de claroscuro que le hizo destacar por encima de muchos otros. En sus primeros años en Sevilla desarrolló un estilo naturalista y de iluminación tenebrista por influencia de Caravaggio y de sus seguidores. Se transladó a Madrid a la edad de 24 años y fue nombrado pintor de la corte de Felipe IV y posteriormente fue nombrado pintor de cámara, cargo más importante dentro de los pintores a la corte. Así mismo tuvo mucho apoyo por parte del Conde-Duque de Olivares, por lo que tuvo que esmerarse para realizar el cuadro encargado por el mismo.
Hizo dos viajes a Italia. En su primer viaje aprendió sobre la pintura antigua.
En su segundo viaje fue a petición del Papa Inocencio X, con el motivo de retratarle, a esta etapa de su vida pertenecen sus dos últimas obras maestras: las meninas y las hilanderas. Velazquez también destaca por el hecho de retratar el aspecto psicológico y el carácter de las personas retratadas en sus cuadros. Además, a parte de pintar a personas importantes, también pintaba a personas tullidas y enanas, e incluso a su sirviente retratándolo con la misma dignidad con la que puede retratar al Papa Inocencio X.
Esta obra tiene esta fechada en dos años distintos. 1636 que es la que nos indica el Museo del Prado y 1638.
En esta obra, el retrato ecuestre del Conde-Duque de olivares, se puede observar un paisaje que representa la escena de la batalla, esta está tratada desde la lejanía y tratada con pequeñas mancas. Adem,as el oaisaje es muy esquemático puesto que Velazquez no representó ni edificios ni personajes. Esto se puede deber a que Velazquez no conocía la localidad de Fuenterrabía donde aconteció la batalla descrita, aunque hay otras fuentes que creen que no se trata de ninguna batalla en concreto. De echo las colinas se difuminan en tonos verdes y azules, proporcionando sensación de lejanía, por ello se dice que tiene una perspectiva aérea muy acusada.
Tambien se puede observar la figura del Conde-Duque de Olivares montado sobre un caballo mostrando así su poder como válido y siendo a si la figura principal de la obra. El Conde-Duque está representado con media armadura, sombrero, banda y bengala de general, además de un bastón de mariscal que remarca el alto cargo que tenía.
La composición de la obra es de Aspa Barroca, hay dos diagonales que se cruzan en el centro. La prinera va desde la cabeza del caballo hasta la cola y la segunda el cuerpo del Conde-Duque, ascendiendo desde la izquierda hasta la derecha. También hay una composición piramidal con un predomimio de la verticalidad.La figura del Conde-Duque de Olivares se encuentra también en una posición totalmente escorzada, al marcarse una clara diagonal principal, que junto con la de perfil de la figura da sensación de profundidad. En la obra también se produce un adecuado tratamiento de las luces y las sombras representadas con un gran realismo. Por otro lado, el foco de luz proviene del margen izquierdo proyectando somnbras correctamente en la dirección opuesta.
Sobre el color predominan los colores fríos como el azul cielo, el blanco de las nubes o el tono pardo de las colinas aunque contrastan con el color marrón del caballo y el rojo de la faja del Conde-Duque que son cálidos.
Para acabr, un detalle curioso es que en la esquina inferior izquierda observamos una hoja de papel vacía en la cual debía haber firmado el pintor sevillano. Esto significa que velazquez, orgulloso del cargo de la familia real y de su gran fama, no siente la necesidad de firmar su obra, pues no hay otro artista capaz de pintar como él y al mismo tiempo consideraba sus obras la mejor firma.

































Pablo Rucio Crespo.

LAS HILANDERAS DE VELÁZQUEZ.

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (Sevilla, bautizado el 6 de junio de 15991 -Madrid, 6 de agosto de 1660), conocido como Diego Velázquez, fue un pintor barroco, considerado uno de los máximos exponentes de la pintura española y maestro de la pintura universal.
Realizó unas 120 o 130 obras. El reconocimiento como pintor universal se produjo tardíamente, hacia 1850. Alcanzó su máxima fama entre 1880 y 1920, coincidiendo con la época de los pintores impresionistas franceses, para los que fue un referente. Manet se sintió maravillado con su obra y le calificó como «pintor de pintores» y «el más grande pintor que jamás ha existido». La parte fundamental de sus cuadros que integraban la colección real se conserva en el Museo del Prado en Madrid.

Las hilanderas, fue realizado en la última etapa del autor, cuando regresó a Madrid con numerosas obras de arte entorno a junio de 1651. En ese mismo periodo fue nombrado Aposentador Real por Felipe IV, y fue lo que le encumbró la corte y le dio grandes ingresos. Sus cargos administrativos le absorbieron cada vez más, incluido el de Aposentador Real, que le quitaron gran cantidad de tiempo para desarrollar su labor pictórica.

La llegada de la nueva reina, Mariana de Austria, motivó la realización de varios retratos. También la infanta casadera María Teresa fue para enviar su imagen a los posibles esposos a las cortes europeas, y a los nuevos infantes, nacidos de Mariana.

En el final de su vida pintó sus dos composiciones más grandes y complejas, sus obras La fábula de Aracné (1658), conocida popularmente como Las hilanderas, y el más celebrado y famoso de todos sus cuadros, Las meninas (1656). En ellos vemos su estilo último, donde parece representar la escena mediante una visión fugaz. Empleó pinceladas atrevidas que de cerca parecen inconexas, pero contempladas a distancia adquieren todo su sentido, anticipándose a la pintura de Manet y a los impresionistas del siglo XIX, en los que tanto influyó su estilo. Las interpretaciones de estas dos obras han originado multitud de estudios y son consideradas dos obras maestras de la pintura europea.

El último encargo que recibió del rey fue la pintura de cuatro escenas mitológicas para el Salón de los Espejos del Real Alcázar de Madrid en 1659, donde se colocaron junto a obras de Tiziano, Tintoretto, Veronés y Rubens, los pintores preferidos de Felipe IV.

Las hilanderas o también conocida como la “Fábula de Aracne”  fue realizada entre 1655 y 1660, lo que coincide con la última etapa de Velázquez y que además se presencia por la técnica del cuadro.
La escena tiene lugar en el interior de un taller de tapices, y hay quien piensa que se trata de una escena del obrador de la Fábrica de Tapices de Santa Isabel que el pintor solía frecuentar a menudo. Dentro de esta, diferenciamos dos escenarios, claramente marcados por la iluminación, y en las que a pesar de su apariencia costumbrista, se encuentra su contenido mitológico, pues representa la fábula de Aracne en el fondo de la composición. Donde la diosa Palas, armada con casco, discute con Aracne como cuenta la fábula narrada por Ovidio:

“La joven tejedora Aracne se jactó de tejer mejor que los propios dioses. Ofendidos ante tal falta de respeto se transformó Palas. Atenea en anciana y bajo regaños. Retó a Aracne a ver quién era mejor tejedora. Finalmente Aracne es vencida y castigada por Atenea por su orgullo, aunque también según otras interpretaciones, por haberse atrevido a representar los engaños que Júpiter utilizada para satisfacer sus deseos sexuales. Por todo ello, la joven fue castigada convirtiéndose en araña y condenada a tejer para siempre”.

Por tanto, la composición se distribuye  de la siguiente manera: A nuestra izquierda, encontramos una mujer con la cabeza cubierta, que está moviendo la rueca mientras mantienen una conversación con una joven que descorre una cortina roja, mientras que a la derecha, una mujer de espaldas al espectador, hila un ovillo de lana, mientras por nuestra derecha aparece de medio cuerpo una joven rubia portando un cesto. En el centro de la composición, otra joven de la que apenas vemos los rasgos pues se está agachando para recoger los restos de lana, mientras un gato juega con un ovillo. Al fondo, una escalera de dos peldaños y arco conduce a la segunda estancia, más iluminada y donde se exponen los tapices del taller. Es ahí, donde tres jóvenes vestidas de manera elegante observan a la Diosa Palas, que es la que porta el casco y levanta la mano frente a Aracne, delante de un tapiz que representa el rapto de Europa que pintó Tiziano para Felipe II y que a su vez Rubens copió durante uno de sus viajes a Madrid. Este es uno de los ejemplos de historias eróticas del padre Palas, que Aracne había osado tejer.

El cuadro es fruto de dos actuaciones realizadas en épocas diferentes.  Velázquez pintó la superficie ocupada por las figuras y el tapiz del fondo, y durante el siglo XVIII se añadieron una ancha banda superior (con el arco y el óculo) y bandas más pequeñas en los extremos derecho, izquierdo e inferior (añadidos que no se aprecian actualmente).

Con esta fábula, Velázquez quiere indicarnos que la pintura es un arte liberal, igual que el tejido de tapices, no una artesanía como la labor que realizan las mujeres de la primera instancia. Poner el mensaje en un segundo plano es un juego típico del Barroco.

La técnica utilizada es el óleo sobre lienzo, y en cuanto a los colores, Velázquez  usa aquí gamas reducidas, una paleta casi monocroma, en capas de pintura finas y diluidas constando de ocres, marrones, rojos y azulados, mientras que los pigmentos aplicados muy disueltos, con pinceladas sueltas y aplicando capas de color que, de cerca, parecen inconexas, pero que cobran sentido al alejarnos de la misma, dando forma a figuras y objetos. Este método de borrones y manchas demuestran el dominio de Velázquez en el manejo de los pinceles, ya que es capaz de transformar una mancha en figura, según la distancia del espectador.  Los contornos de las figuras aparecen poco definidos, por la manera de trabajar del pintor en estos momentos, rápida, con seguridad, con un dominio absoluto del color y la pincelada sobre la línea y el dibujo. A su vez, destaca la perspectiva aérea, de manera que las figuras parecen difuminarse fruto de la atmósfera que los envuelve,  que consigue crear un espacio abstracto que las aísla y envuelve en el vacío y la soledad de las formas. Esos fondos neutros son creados por la iluminación que ambienta al cuadro y dota sus formas con un cierto carácter escenográfico. El autor parece detener el tiempo en un instante fugaz, de manera que, no sólo las figuras parecen congeladas sino que, la propia rueca parece quedar detenida en un movimiento continuo que recorre toda la superficie del cuadro, en un alarde de técnica por parte del pintor. Los volúmenes se representan adecuadamente. La luz viene de la derecha, siendo admirable que con tan limitado colorido se obtenga esa excelente luminosidad.

En resumen, la obra es un compendio que recoge todas las características tanto del pintor como del naturalismo barroco, muy presente en la interpretación del tema.

Como conclusión, la obra que hemos comentado resume de manera excepcional las características de Velázquez, no sólo uno de los mayores genios que ha dado la pintura española sino la pintura universal. La vida acomodada en la Corte sin depende de la clientela, el conocimiento de las grandes obras guardadas en las colecciones realidad y de algunos de los principales pintores de su época, como al propio Rubens a quien conoció durante su visita a España o a Ribera durante su primer viaje a Italia; hicieron de Velázquez un genio en continua evolución y cuyas últimas obras, como la que hemos comentado tiene mucho de barroca, aunque también mucho de “moderna” como se ve en el uso de la pincelada y el color que se anticipa en dos siglos al impresionismo.




























LAS MENINAS DE VELÁZQUEZ.

La familia de Felipe IV, o Las Meninas, como se conoce el cuadro desde el siglo XIX es considerada la obra maestra del pintor del siglo de oro español, Velázquez, andaluz que solía firmar como “Diego Velázquez” o comco “Diego de Silva Velázquez”. El cual estudió y practicó el arte de la pintura en su ciudad natal hasta  cumplir los veinticuatro años cuando se trasladó a Madrid y entró a servir al rey hasta su muerte en 1660. Gran parte de su obra iba destinada a las colecciones y pasó luego al Prado, donde se conserva.
Fue acabado en 1656 en el cuarto del Príncipe del Alcázar de Madrid, escenario de la acción, y pertenece al último periodo artístico del artista, en plena madurez. Es una pintura realizada al óleo sobre lienzo de grandes dimensiones formado por tres bandas cosidas verticalmente donde las figuras en primer plano muestran un tamaño natural.
Como ya hemos comentado Velázquez pintó las meninas en 1656, durante el reinado de Felipe IV, penúltimo monarca de los Austrias. Hacía más de diez años de la caída del Conde Duque de Olivares y ocho años del final de la Guerra de los Treinta Años con el resultado de la Paz de Westfalia. Cuando Velázquez pintó el cuadro el rey ya estaba muy envejecido y con evidentes signos de cansancio que se pueden ver en la obra. Dos años después de terminar el lienzo de Las Meninas, en 1658, Velázquez se encontraba en Madrid con grandes artistas como Murillo, Alonso Cano y Zurbarán. Este último tomó parte activa en el proceso que permitió a Velázquez ingresas en la Orden de Santiago.
Después de la ejecución de este cuadro, en 1660 se impuso el matrimonio entre el rey de Francia Luis XIV y la Infanta María Teresa, hija del monarca Felipe IV. Velázquez fue el encargado de preparar este encuentro para lo que se trasladó a la Isla de los Faisanes, después de este viaje falleció en Madrid. Fue enterrado el 6 de agosto de 1660 con el vestido y la insignia de caballero de la Orden de Santiago. Se dice, sin ninguna seguridad, que fue Felipe IV quien añadió después del fallecimiento del artista la cruz de la orden sobre el pecho de Velázquez en el cuadro.
El cuadro a lo largo de la historia ha pasado por diversos nombres hasta llegar a como se conoce actualmente. Se describe por primera vez en el inventario del Real Alcázar de Madrid en 1666 descrito como “Retrato de la emperatriz” en alusión a su protagonista,, la infanta Margarita Teresa de Austria. Después en la lista de obras salvadas del incendio del Alcázar aparecía con el título de La familia de Felipe IV, que fue el que tuvo al ingresar en el Museo. Será en 1843, en el catálogo de obras del Museo del Prado cuando reciba el nombre de Las Meninas, que proviene de la descripción del escritor Antonio Palomino que decía <<dos damitas acompañan a la infanta niña, son dos meninas>>. Con este nombre portugués se conocía a las acompañantes que servían como doncellas a las infantas hasta su mayoría de edad.
Es un retrato de grupo realizado en un espacio concreto y protagonizado por personajes identificables que llevan a cabo acciones comprensibles. Los protagonistas son:
·         Infanta Margarita: Era una niña en el momento de la realización de la pintura y es la figura principal. Tenía unos cinco años de edad y alrededor de ella gira toda la representación. Fue uno de los personajes de la familia real que más retrató Velázquez ya que desde muy pequeña estaba comprometida con su tío materno y los retratos del pintor le servían a Leopoldo I para ver el estado de su prometida. La pintó por primera vez cuando tenía dos años, cuadro que se encuentra en Viena y se considera como una gran obra de la pintura infantil. Velázquez la presenta vestida con el guardainfante y la basquiña gris y crema.
·         Isabel de Velasco: Hija del VIII conde de Fuensalida. Contrajo matrimonio con el duque de Arcos y murió en 1659, tras ser dama de honor de la infanta. Es la menina que está de pie a la derecha, vestida con la falda o basquiña de guardainfante, en actitud de reverencia.
·         María Agustina Sarmiento de Sotomayor: Es la otra menina situada a la izquierda. Está ofreciendo agua en un búcaro que era una pequeña vasija de arcilla perfumada que refrescaba el agua. La menina inicia el gesto de reclinarse ante la Infanta, gesto propio del protocolo de palacio.
·         Mari Bárbola: Entró en palacio en el año en el que nació la infanta y la acompañaba siempre en un séquito. Es la enana acondroplástica que aparece a la derecha.
·         Nicolasito Pertusato: Enano de origen noble que llegó a ser ayudante de cámara del rey y murió a los 75 años. Está situado en primer término junto a un perro mastín.
·         Marcela de Ulloa: Era la encargada de cuidar y vigilar a todas las doncellas que rodeaban a la infanta. Se encuentra en la pintura con vestiduras de viuda y conversando con otro personaje.
·         El personaje que está a su lado, medio en penumbra, es el único del que Palomino no da el nombre mencionándolo como un guardadamas.
·         José Nieto Velázquez: Era el aposentador de la reina. En la pintura está situado en el fondo, en una puerta abierta por donde entra la luz exterior. Se muestra a Nieto cuando hace una pausa, con la rodilla doblada y los pies sobre escalones diferentes. No se está seguro de si su intención era entrar o salir de la estancia.
·         Diego Veláquez: El autorretrato del pintor se encuentra de pie detrás de un gran lienzo y con la paleta y el pincel en las manos. El emblema que luce en el pecho fue pintado posteriormente cuando fue admitido como caballero de la Orden de Santiago. Según palomino: «algunos dicen que su Majestad mismo se lo pintó, para aliento de los Profesores de esta Nobilísima Arte, con tan superior Chronista; porque cuanto pintó Velázquez este cuadro, no le había hecho el Rey esta merced».
·         Felipe IV y su esposa Mariana de Austria: Aparecen reflejados en un espejo, colocado en el centro y fondo del cuadro pareciendo indicar que es precisamente el retrato de los monarcas lo que estaba pintando Velázquez sin embargo no hay ninguna constancia de que el pintor creará nunca ese retrato.
El espacio representado es la pieza principal del cuarto del príncipe. Aunque el alcázar resulto destruido en el incendio de 1734 a partir de lo que indican los inventarios ha sido posible reconstruir la disposición de la estancia representada con notable fidelidad por Velázquez, sin otro cambio que el espejo que no se menciona en los inventarios. Se trata de una sala rectangular, de aproximadamente varios metros de largo y más de cinco de ancho con ventanas alineadas en uno de sus lados. En la pared del fondo se disponían cuatro cuadros de la serie de mitologías ovidianas  a los lados del pintor y apenas visibles, y otros dos de mayor tamaño en la parte alta cuyos motivos llegan a advertirse en la penumbra de la estancia. El artista resolvió con gran habilidad todos los problemas de composición del espacio, gracias al dominio que tenía del color y a la gran facilidad para caracterizar a los personajes.
Las figuras de primer término están resueltas mediante pinceladas sueltas y largas con pequeños toques de luz. La falta de definición aumenta hacia el fondo, siendo la ejecución más somera hasta dejar las figuras en penumbra. Esta misma técnica se emplea para crear la atmósfera nebulosa de la parte alta del cuadro, que habitualmente ha sido destacada como la parte más lograda de la composición. El espacio arquitectónico es más complejo que en otros cuadros del pintor, siendo el único donde aparece el techo de la habitación. La profundidad del ambiente está acentuada por la alternancia de las jambas de las ventanas y los marcos de los cuadros colgados en la pared derecha. Este escenario en penumbra resalta el grupo fuertemente iluminado de la infanta.
Las meninas suponen la culminación del estilo pictórico de Velázquez en proceso continuado de simplificación de su técnica, primando el realismo visual sobre los efectos del dibujo. Velázquez en su evolución artística entendió que para plasmar con exactitud cualquier forma solo se precisaban unas determinadas pinceladas. La simplicidad fue su objetivo en su época de madurez y en Las meninas es donde mejor consiguió reflejar estos logros.
En Las meninas destaca su equilibrada composición. La mitad inferior del lienzo está llena de personajes en dinamismo contenido mientras que la mitad superior está en una progresiva penumbra de quietud. Los cuadros colgados de las paredes, el espejo, la puerta abierta del fondo son una sucesión de formas rectangulares que forman un contrapunto a los sutiles juegos de color que ocasionan las actitudes y movimientos de los personajes. La composición se articula repitiendo la forma y las proporciones de los dos tríos principales en una posición muy reflexionada que no precisó ajustes y modificaciones sobre la marcha, como acostumbraba a hacer Velázquez en su forma de pintar.. Esta disposición elegida y la armonía de los tonos consiguen esa maravillosa naturalidad que le da ese aspecto de secuencia improvisada captada fugazmente.
Velázquez fue un maestro en el tratamiento de la luz. Iluminó el cuadro con tres focos luminosos independientes. El más importante es el que incide sobre el primer plano procedente de una ventana de nuestra derecha que no se ve, que ilumina a la Infanta y su grupo convirtiéndola a ella en el principal foco de atención. El amplio espacio que hay detrás se va diluyendo en penumbras hasta que en el fondo un nuevo y pequeño foco luminoso irrumpe desde otra ventana lateral derecha cuyo resplandor incide sobre el techo y la zona trasera de la habitación. El tercer foco luminoso es el fuerte contraluz de la puerta abierta en la parte frontal desde donde la luminosidad se proyecta desde el fondo del cuadro hacia el espectador. El entrecruzamiento de esta luz frontal de dentro a fuera y las transversales aludidas, forma distintos juegos luminosos de inclinaciones varias de arriba hacia abajo o de derecha a izquierda, creando una ilusión de planos superpuestos en profundidad de gran verosimilitud.
Velázquez busca neutralizar los matices destacando solo algunos elementos. Así en el grupo de personajes principal, sobre una capa ocre solo destaca algunos matices grises y amarillentos en contraposición a los grises oscuros del fondo y de la zona alta del cuadro. Ligeros y expresivos toques negros y rojos más la blancura rosada de las carnaciones completan el efecto armónico. Esta idea de neutralizar los matices predomina en su arte, tanto al definir con pocos y precisos trazos negros el personaje a contraluz del fondo, como cuando obtiene la verdadera calidad de la madera, o cuando siembra de pequeños trazos blancos la falda amarillenta de la Infanta o al dibujar su ligero pelo rubio.
El cuadro está pintado a la última manera de Velázquez.. En esta última etapa se aprecia una mayor dilución de los pigmentos, un adelgazamiento de las capas pictóricas, una aplicación de la pincelada desenfadada, atrevida y libre. Las meninas se realizó de forma rápida e intuitiva según la costumbre de Velázquez de pintar de primeras el motivo, con espontaneidad. En esta última década de su vida, Velázquez consiguió un dominio de la técnica pictórica y de la perspectiva aérea, que trasmitió en Las meninas y en Las hilanderas. En ambas obras consiguió la sensación de que entre los personajes hay un espacio de «aire» que los difumina a la vez que los aúna a todos ellos, llevando a su extremo la técnica de pinceladas sueltas y ligeras que había empezado a emplear en su periodo intermedio.
La calidad técnica del cuadro ha hecho posible su buen estado de conservación sin que apenas se observen craquelados. Las medidas originales fueron ligeramente retocadas en una primera restauración, en la que el cuadro se volvió a entelar. En el borde superior y el lado lateral derecho se puede detectar las señales que dejaron los clavos que fijaban la tela al bastidor.
Los estudios radiográficos llevados a cabo en el Museo del Prado han demostrado que Velázquez realizó la pintura directamente en el lienzo sin bocetos previos a la manera de la llamada Escuela veneciana. Las correcciones o pentimenti fueron múltiples, siendo las más notables las que afectaron al propio pintor, que en un primer estado se presentaba con el rostro de perfil girado hacia la infanta; la mano derecha de la infanta también estaba corregida y puesta más baja que en su posición inicial; y otros arrepentimientos que se encuentran en el espejo del fondo. Los contornos de las figuras se realizaron con trazos largos y sueltos, aplicando luego toques rápidos y breves para destacar las luces de los rostros, manos y detalles de los vestidos. La rapidez de ejecución se aprecia en los detalles decorativos.
Velázquez empleó una gama de colores fría y sobria. Al aplicar las pinceladas apenas roza el lienzo, consiguiendo una textura fina. Los personajes son tratados de forma naturalista, ya sea la menina Agustina Sarmiento o la propia infanta Margarita. Velázquez utilizó los blancos de plomo sin casi mezclas en diversos puntos del cuadro, como en las camisas, los puños de Mari Bárbola o la manga derecha de Agustina Sarmiento; lo hizo con un toque rápido y decidido que consigue el reflejo de las vestiduras y adornos. En los cabellos de la infanta y en sus adornos, también se aprecia el arte de la pincelada del maestro. En el caso de Nicolasito Pertusato, la definición queda más desdibujada. Velázquez empleó toques de lapislázuli sobre todo en el vestido de Mari Bárbola con objeto de conseguir reflejos en el color profundo de este vestido. Los personajes reflejados en el espejo están elaborados de manera más rápida y con una técnica esbozada.
A pesar de los muchos estudios que los historiadores de arte han dedicado a encontrar un significado al lienzo, Las meninas sigue planteando incógnitas de difícil respuesta. El primer problema es la dificultad misma que existe para establecer el género pictórico al que pertenecen, ya que no se atiene a ninguno de los géneros tradicionales. Se trata de un retrato cuya protagonista es la infanta Margarita con algunos miembros de su séquito. Pero no se trata de un retrato de grupo convencional, pues en él parece estar ocurriendo algo que solo queda sugerido por la dirección de las miradas de seis de los nueve personajes hacia fuera del cuadro. Jonathan Brown sugirió que la escena representaría el momento en que la infanta Margarita llegando al estudio de Velázquez para ver trabajar al artista pide agua, que le ofrece la menina situada a la izquierda, instante en el que también entran el rey y la reina, reflejándose sus figuras en el espejo de la pared del fondo. Ante esa aparición, la acción se detiene y los que ya han advertido la presencia de los reyes, no todos, dirigen hacia ellos sus miradas. Para Thomas Glen los reyes han permanecido durante un tiempo sentados, posando ante el pintor que los retrata en presencia de la infanta cuando deciden dar por terminada la sesión. En ese momento las miradas se dirigen hacia ellos. El aposentador de la reina, abriendo la puerta del fondo, indica que las personas reales se disponen a cruzar el espacio representado.
Los intentos de descubrir un significado oculto más allá de la pura apariencia de lo representado han sido también diversos. El primero en plantearse una hipótesis fue Charles de Tolnay quien interpretó a Las Meninas como una reivindicación de la nobleza de la pintura. Otra interpretación fue la de Xavier Salas que veía en el protagonismo de la infanta Margarita «la exclusiva esperanza por entonces de perpetuar la rama española de los Habsburgo».
Subrayando la dificultad de la interpretación, López Rey concluye que sea el que fuese el asunto que Velázquez está pintando en su lienzo lo cierto es que no quiso mostrarlo. Es una pintura dentro de otra pintura, subrayando la división entre pintura y realidad.
Muchos artistas del Renacimiento emplearon la sección áurea en sus dibujos, por ejemplo el gran maestro Leonardo da Vinci. Velázquez, en la composición áurea de su cuadro Las meninas, lo ordena con una espiral, cuyo centro está situado sobre el pecho de la infanta Margarita marcando con ello el centro visual de máximo interés. El punto de fuga de la perspectiva está detrás de la puerta donde se encuentra José Nieto; precisamente, allí es donde va la vista en busca de la salida del cuadro; la gran luminosidad existente en este punto provoca que la mirada se fije en ese lugar.
En Las meninas se puede estructurar el cuadro en diferentes espacios. La mitad superior de la obra está dominada por un espacio vacío, en el que Velázquez pinta el aire. Otro espacio importante es el del punto de fuga del fondo del cuadro, muy luminoso, donde un personaje huye de la intimidad del momento.
La estructura espacial y la posición del espejo están dispuestas de tal manera que parece que Felipe IV y Mariana se encontraran delante de la infanta y sus acompañantes. Aunque solo se pueden ver reflejados en el espejo, la representación de la pareja real ocupa un lugar central en la pintura, tanto por la jerarquía social como por la composición del cuadro. La posición del espectador en relación con ellos es incierta. La cuestión es saber si el espectador está cerca de la pareja real o si los reemplaza para saber cuál es el objetivo de la atención de las miradas de Velázquez, de la infanta y de Mari Bárbola, que mira directamente hacia el observador de la pintura.
En Las meninas se supone que la reina y el rey están fuera de la pintura, y su reflejo en el espejo los sitúa en el interior del espacio pictórico.
Probablemente Las meninas han estado influenciadas por el cuadro de Jan van Eyck, El matrimonio Arnolfini. Cuando Velázquez estaba pintando Las meninas, el cuadro de Van Eyck formaba parte de la colección de palacio de Felipe IV y Velázquez por lo que, sin duda, conocía muy bien esta obra. En El matrimonio Arnolfini de manera similar, hay un espejo en la parte posterior de la escena pictórica, que refleja dos personajes de cara y una pareja de espalda. Además, muestra los personajes que son observados por el pintor y, al mismo tiempo, mediante el espejo, se pueden ver los individuos que entran y que dirigen la atención hacia Velázquez, desembocando en una reciprocidad de miradas que trae como consecuencia que la imagen salga de su marco y convide al visitante a entrar dentro de la tela.
El espejo del cuadro tiene una medida de unos treinta centímetros de altura, y las imágenes del rey y la reina están, de manera intencionada, difusas. Hay un efecto similar está presente en la Venus del espejo, el único de los desnudos pintados por Velázquez que se ha conservado. Jonathan Miller comenta que, además del espejo representado en Las meninas, podemos imaginar la existencia de otro espejo que no aparece en el cuadro, sin el cual habría sido difícil que Velázquez se hubiera podido pintar a él mismo, autorretratándose.
El cuadro de Las Meninas ha dado diversas opiniones a lo largo de su historia, y aunque la mayoría son positivas también hay alguna negativa. Algunas citas son:
  • El escritor Théophile Gautier en el siglo XIX a la vista de la pintura exclamó la famosa frase: «¿Dónde está el cuadro?».
  • El gran pintor del impresionismo Édouard Manet realizó el siguiente comentario: «Velázquez, por sí solo justifica el viaje. Los pintores de todas las escuelas que le rodean, en el museo de Madrid, parecen simples aprendices. Es el pintor de los pintores».
  • Durante una visita conjunta que realizaron Salvador Dalí y Jean Cocteau al Museo del Prado, se les realizó la pregunta que salvarían en caso de incendio del Museo, Cocteau respondió «el fuego», mientras que Dalí dijo «el aire de Las meninas».
Las Meninas no alcanzarón la fama hasta que llegaron al Museo del Prado en 1819. Hasta entonces había permanecido confinada en palacios reales de acceso restringido, primero en el Alcázar de Madrid y luego en el actual Palacio de Oriente. El primer seguidor de Velázquez fue sin duda su yerno Juan Bautista del Mazo como se puede ver en obras como La familia del pintor Juan Bautista Martínez del Mazo que remite sin duda a Las Meninas.
Luca Giordano después de su viaje a Madrid realizó una pintura con título Homenaje a Velázquez que se conserva en la National Gallery de Londres.
Hay varios grabados del cuadro, el primero fue de Francisco de Goya y Lucientes. Otro grabado fue de Pierre Audouin el cual lo hizo en París antes de 1800.
La influencia de Velázquez y Las Meninas en Goya se mantuvo a lo largo del tiempo. En 1800 Goya realizó el retrato de La Familia de Carlos IV donde, en un acto de homenaje, Goya se autorretrata. También escultores se han influenciado en el cuadro  como en la escultura Homenaje a Las Meninas de Jorge Oteiza o Las Meninas de Manolo Valdés.
Famosa es la frase de Picasso dicha en 1950 a su amigo Sabartés en una conversación sobre arte:
<<Si alguien se pusiese a copiar Las Meninas, totalmente con buena fe, al llegar a cierto punto y si el que las copiara fuera yo, diría: ¿Y si pusiera ésta un poquito más a la derecha o a la izquierda? Yo probaría de hacerlo a mi manera, olvidándome de Velázquez>>
Una versión reducida del cuadro se conserva en el palacio campestre de Kingston Lacy, en Dorset, Inglaterra (Reino Unido). Diversos expertos insisten en que podría ser un «modelo» pintado por Velázquez antes que el original del Museo del Prado. Se debate si es el modelo preparatorio hecho por el autor o una copia posterior hecha por su discípulo y yerno Juan Bautista Martínez del Mazo. En cualquier caso entraña gran interés pues no se conoce ninguna copia de dicho cuadro anterior al siglo XIX.

En conclusión podemos decir que su escenario es uno de los espacios más creíbles que nos ha dejado la pintura occidental; su composición aúna la unidad con la variedad; los detalles de extraordinaria belleza se reparten por toda la superficie pictórica; y el pintor ha dado un paso decisivo en el camino hacia el ilusionismo. Las Meninas se han convertido en la obra maestra del pintor Velázquez y es una de las obras pictóricas más analizadas y comentadas en el mundo del arte.


LA RONDA DE NOCHE DE REMBRANDT.

EL RAPTO DE LOS HIJOS DE LEUCIPO DE RUBENS.

 El rapto de las hijas de Leucipo es una obra ejecutada en  1616 por el pintor flamenco Pedro Pablo Rubens. Se trata de una pintura trabajada al oleo sobre lienzo de 2.2 metros de alto y 2.1 de alto. En ella se representa el mito del rapto de Hilaíra y Febe, las hijas del co-rey de Mesenia por los hijos gemelos de Leda y Zeus; Cástor y Polux, para casarse con ellas. Estos, conocidos como los “Dióscuros”, fueron engendrados por Zeus, que, disfrazado de cisne, sedujo a Leda provocando que, tras quedar embarazada, pusiera dos huevos, de dónde saldrían los gemelos. Según el mito, las hermanas iban a casarse con sus dos primos, pero son Cástor y Polux quienes lo evitan, raptándolas. Sin embargo, cuando se enteran de lo sucedido, deciden vengarse, cobrando la vida de Castor. Polux, quien poseía el don de la inmortalidad, convenció a su padre (Zeus) para que compartieran la inmortalidad. De este modo ambos se alternaban como dioses en el Olimpo y como mortales fallecidos en el inframundo.
Rubens nació en Westfalia en 1577 y murió en 1640 en Flandes. Fue un artista flamenco especializado en la pintura. Su colección ofrece gran variedad temática e incluye obras mitológicas, religiosas e históricas, además de retratos y paisajes. Instruido en retorica, gramática,  latín y griego, ingresó en el taller de Tobias Verhaecht, pintor local especialista del paisaje, con quien aprendió los principios de la pintura. Pero fue durante 1594 y 1595, cuando trabajó junto con Otto Van Veen, maestro que más influenció a Rubens, enseñándole los ideales clásicos de la pintura que se reflejan en la gran mayoría de sus obras. En 1598 viajó a Roma como pintor independiente, dónde trabajaría como pintor de la corte a manos del duque de Mantua, lo que le permitió nutrirse de las numerosas colecciones que había en Italia, así como estudiar más de fondo el arte clásico y las figuras del renacimiento como Miguel Ángel y Rafael. En 1608, tras recibir la noticia de una enfermedad que afectaba a su madre, Rubens abandonó Italia. En 1609 contrajo matrimonio con Isabella Brant, que pertenecía a una familia de la alta burguesía. El autorretrato con su esposa y los retratos que realizó de sus hijos muestran una familia que había adoptado las costumbres y vestimentas de las clases más privilegiadas. Su estudio se convirtió en el más importante de la ciudad, educando a numerosos pintores y contratando a jóvenes artistas de la tallas de Van Dyck, quien ingresó en su taller en 1616. En sus últimos años de vida, sus obras (de mayoría mitológicas) recogen una clara influencia de las pinturas de Tiziano. Durante la década de 1630, dedicó una mayor implicación al desarrollo y la importancia del paisaje. Obras como Paisaje con arcoíris, demuestran el amor del pintor por el campo y su profunda sintonía con la naturaleza. Tras su muerte, su éxito en las cortes europeas, su elevado estatus social y sobre todo su talento artístico contribuyó a convertirle en un pintor de gran fama e influencia.  
En lo referente al análisis, esta obra fue ejecutada durante la juventud de Rubens, en la que nos presenta una de las escenas más dramáticas del Barroco. El cuadro representa el instante del rapto, mostrando a los hermanos cómo unos grandes jinetes y guerreros. La escena está repleta de movimiento, dramatismo y violencia, muy marcada por la pose del caballo del fondo y la resistencia ejercida por Hilaíra y Febe. Sin embargo, los rostros inexpresivos de los raptores y la dignidad que transmiten las dos mujeres a pesar de la situación a la que se enfrentan, reprime esta sensación de drama mostrando al mismo tiempo, un retrato psicológico que demuestra la despreocupación de las jóvenes por ser raptadas. Su simbología no está del todo clara, por un lado podría evocar una alegoría al matrimonio, representada por medio de la figura de Cupido llevando las riendas de uno de los caballos como metáfora el amor verdadero que domina frente al instinto animal. Por otro lado, podría tener un significado de destacar las virtudes de los Dioscuros como grandes jinetes, guerreros ejemplares, figuras de amor fraterno, entre otras virtudes que los caracterizan como hombres energéticos y de acción.
Su composición no sigue la norma renacentista de equilibrio y simetría, sino que llama al dinamismo de las formas y su expresión por el movimiento, propio del barroco. Este dinamismo viene marcado por las predominantes curvas y diagonales que componen la escena, como lo es el brazo de la joven que es sujetada por los dos hombres. Además, los personajes están enmarcados dentro de un círculo que pasaría alrededor de las ciernes de los caballos sus patas y el ángel de la izquierda. Dentro, se aprecian varias líneas diagonales en los cuerpos de las hermanas y los raptores, líneas onduladas en la tela naranja y la capa roja del raptor. También se dan dos triángulos en cada cuerpo de las hermanas y uno más grande que enmarcaría todas las figuras, desde la capa de Cástor,  a las patas del caballo encabritado, hasta la pezuña del caballo marrón.  
El tratamiento de las figuras presenta un contraste barroco entre la figura de uno de los raptores vestido y el otro con el torso desnudo, un caballo encabritado y el otro más relajado, piel bronceada de los hombres y pálida de las mujeres,  que junto a su gran corporeidad, representanta el modelo de belleza de Rubens. La luz también representa contraste, marcando las tonalidades cálidas en la capa de uno de los raptores y el dorado de los cabellos de las hermanas con los tonos grises plateados y azules. Esta luz natural proviene del cielo, en el exterior de la escena, y se proyecta en los personajes para destacarlos y formar un conjunto de sombras en la esquina inferior izquierda.
En lo referente a los colores, Rubens toma como guía a Tiziano, y juega con ellos mediante la división entre raptores y raptadas. El contraste también se da entre  los colores cálidos y los fríos, son los tonos más brillantes los que atraen la mirada mediante la luz que desprenden.  Predominan el rojo de la túnica del raptor, el dorado de los cabellos de las raptadas y el naranja de la tela como colores cálidos, mientras que los fríos son el azul y verde del paisaje y los ocres y grises de los caballos.
La escena se sitúa en un paisaje imaginario sobre el que, en un primer plano, se encuentran los personajes de la obra y, en un segundo plano, delimitado por una baja línea horizontal para resaltar a los personajes, un paisaje idílico, mostrando un cielo gris con nubes oscuras que se acercan, presagiando que se acerca el mal. En el suelo pinta prados verdes con árboles de diferentes alturas para dar sensación de profundidad. La profundidad también se consigue mediante el uso de escorzos en los retorcidos y voluminosos cuerpos de las raptadas.

La obra se inspira en la escultura de Giombolgna llamada el rapto de las Sabinas. Además, también se recogen claras influencias de Miguel Ángel por el detallado anatómico de los cuerpos, concretamente, la joven que es alzada por los dos raptores está inspirada en la figura de la Noche de la tumba de Guiliano de Medicis, aunque también se apunta a la escultura de Laoconte. La otra joven fue inspirada por la obra desaparecida de Miguel Ángel; Leda, de Leda y el cisne. Actualmente la obra se encuentra en el museo de Alte Pinakothek en Múnich.