sábado, 25 de marzo de 2017

MARTIRIO DE SAN FELIPE

El Martirio

El Martirio de San Felipe es una pintura realizada por José de Ribera en 1639 para el rey Felipe IV. Se pinta el momento en que están preparando la crucifixión, no el martirio mismo. La técnica usada fue óleo sobre lienzo y su estilo es barroco. En cuanto a la pincelada es suelta, donde los detalles a poca distancia se difuminan, pero a la distancia adecuada reflejan a la perfección las calidades. Sus dimensiones son de 234 x 234 cm. Durante un tiempo se pensó que representaba el martirio de san Bartolomé, pero no se encuentra aquí el gran cuchillo con el que se lo suele representar (pues fue desollado vivo). Por eso se acabó considerando que se trata de san Felipe. Aunque esta obra estuvo instalada en el Palacio del Buen Retiro (Madrid), en la actualidad la podemos encontrar en el Museo del Prado (Madrid).

José de Ribera nació en  Valencia en 1591. Fue hijo de un zapatero, no se posee casi ningún testimonio o prueba documental de su infancia y primera formación artística. En 1615, con 24 años se trasladó a Roma e inmediatamente después a Nápoles, donde se establecería por el resto de su vida (1652). Allí se ganó el sobrenombre de “El españoleto” debido a su baja estatura y su procedencia española.

Su obra artística se basó en tres períodos: en su primera etapa (1620-1635) adoptó la técnica tenebrista de Caravaggio, esta se basaba en poner un foco de luz externo a la pintura que incidiese de forma diagonal en las figuras, dando un contraste muy fuerte entre esta luz y la oscuridad del fondo. Además usaba pasta espesa y rugosa para pintar la piel de las personas, como por ejemplo: San Andrés, San Onofre y El Salvador.

En su segunda etapa (1635-3640) disminuyó su uso de la estética tenebrista y se empezó a influenciar por la pintura veneciana. Se fijaba más en el paisaje y su pincelada es más suela y destacan colores más claros y variados. Ejemplos de obras de este período serían: El martirio de San Felipe, El sueño de Jacob o la Trinidad.

En la tercera etapa (1640-1652) volvió al tenebrismo, aunque no de forma tan radical como en su primera etapa. Pues juntó un tenebrismo más suave con característica de la etapa anterior como: la pincelada suela y la variedad de colores. De esta forma se ve su evolución por los distintos estilos. Un ejemplo de esta época sería La comunión de los apóstoles.

Debido a que Ribera residía en Italia sus temáticas se desarrollaron antes que sus contemporáneos de su tierra natal. Estas tocaban temas como las enfermedades raras o rarezas, unos ejemplos serían La mujer barbuda o El patizambo. Otros temas serían el mitológico con carácter realista y el religioso, destacando imágenes de gran dureza como los martirios de los santos.

El autor tiene muchas influencias como pueden ser el naturalismo tenebrista, la claridad clasicista y el color veneciano.

El tema es religioso católico donde se nos muestra a San Felipe en el momento de su ejecución. En el lienzo se representa a Felipe de Betsaida, el quinto apóstol de Jesús. Fue martirizado y crucificado en Hierápolis, pero atado con cuerdas y no con clavos como a Jesucristo. Ribera representa el cuadro en un momento de sufrimiento contenido como se puede apreciar en el rostro del mártir mientras es rodeado de personajes espectadores así como lo somos nosotros. Con todo ello los que se pretende es hacer propaganda de la fe.

La imagen se compone mediante un juego de diagonales, lo que produce una ruptura visual con respecto a la etapa anterior (Renacimiento), donde predomina el equilibrio. Hay dos diagonales claras: una de ellas está formada por el brazo y el cuerpo del santo que presenta escorzo y la otra está trazada por las figuras que se ven a la derecha y la espalda del hombre que sujeta al santo por los pies. La sucesión de triángulos formados por las varas de elevación, los brazos del santo e incluso el hueco que deja el cuerpo del mártir, dan a la escena el dinamismo y la carga escénica propia de la teatralidad barroca. Estas formas contrastan con la verticalidad del palo de la cruz.

La obra plantea un espacio reducido que da cabida a los personajes que envuelven a la figura principal. Las figuras son muy realistas, huyendo de la idealización, con un especial interés por las texturas. Aunque los cuerpos están deformados por el esfuerzo y la tensión. El cuadro se completa con unas figuras a la derecha, que asisten al espectáculo comentando lo que está ocurriendo y otras que se encuentran a nuestra izquierda, y que parecen ausentes. Entre estas figuras se encuentra una mujer con un niño en sus brazos, como un contrapunto a la crueldad del momento. Los escorzos de algunas figuras son violentos. El tenebrismo continúa pero menos marcado, como se ve por ejemplo en el rostro del santo.

En cuanto a la luz podemos decir que proviene del exterior, es natural, e influye sobretodo en el pecho de San Felipe, se pueden apreciar también rasgos derivados del tenebrismo de Caravaggio en la parte derecha del mártir, también se ven rasgos de las pinturas venecianas en la luminosidad de los rostros de las personas, y un realismo y teatralidad propios del autor valenciano. Pues los contrastes de luz y sombras de su cara potencian el dramatismo.

En cuanto al color, podemos destacar que los colores y la distribución marcaron la angustia previa al martirio, se observa un gran contraste de color entre el rojo de uno de los verdugos y el azul del cielo, aunque predominan colores como el marrón, el verde, el gris y el amarillo en tonalidades oscuras. Se observa que es un cuadro realizado con colores fríos pero se aprecia cálido en el ropaje rojo uno de los verdugos. Por otra parte podemos observar que el autor consiguió dar realismo a diversas calidades cómo la madera de la cruz, el pelo, la piel, las ropas, las cuerdas, y el pañuelo de la mujer que aparece en la esquina inferior izquierda. Ribera realizó esta representación con una clara pincelada suelta, propia al final de su segunda etapa y principio de la tercera, a la que pertenece este lienzo.

El cielo del fondo también ocupa una parte importante del lienzo, pues hace que todos los personajes se concentren en la parte inferior, acentuando aún más el dramatismo del martirio y haciendo que nosotros como espectadores concentremos toda la atención en esa parte del cuadro y nos convirtamos en testigos del eminente martirio.


Para terminar, a parte del contenido religioso de la obra, este lienzo da al espectador una sensación clara de realismo, emoción y teatralidad en una misma obra, características presentes en gran parte de las obras de José de Ribera. Pues como dice Gabriele Finaldi, director de la National Gallery: “La aportación de Ribera a la iconografía del dolor es realmente única”.

















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