jueves, 16 de marzo de 2017

San Carlino de Borromini

San Carlino de Borromini

La Iglesia de San Carlos de las Cuatro Fuentes se sitúa en una pequeña calle de Roma. Se trata de una arquitectura religiosa que está consagrada a Carlo Borromeo y fue encargada bajo el patronazgo del Cardenal Francesco Barberini. Borromini consigue en esta una de las composiciones arquitectónicas más significativas del arte barroco, caracterizada por su expresividad y movimiento que logra a través de la luz, la línea curva y el uso imaginativo de las estructuras clásicas. La obra empezó en 1638 y terminó en 1641, aunque la fachada sería terminada en 1682 por su sobrino después de la muerte de Borromini.

Francesco Castelli, su autor, nació el 25 de Septiembre de 1599 en Bissone, Suiza (hablan italiano). Inició su carrera ayudando en la cantera a su padre, pero pronto se trasladó a Milán para perfeccionar su técnica y estudiar. Allí se empezó a llamar con el sobrenombre de Bessone, en referencia a su pueblo natal. En 1619 llega a Roma (con 20 años), lugar donde cambia su apellido de Castelli a Borromini y comienza a trabajar para Carlo Maderno, un pariente lejano. Este le introduce al mundo de la arquitectura (por ejemplo, colabora para la realización de la cúpula de San Pedro). Cuando murió Carlo Maderno en 1629 Borromini (tenía 28 años) se une al equipo de Bernini y se crea una enemistad que duraría toda la vida. Su primer encargo en solitario fue “San Carlos de las cuatro fuentes” o San Carlino (1638-1641), solamente realizaría el interior, no la fachada. Durante el pontificado de Inocencio X (1644-1655) Borromini gana la confianza del Papa, se convierte en el arquitecto principal de Roma. El Papa le confiaría la restauración de la basílica de San Juan de Letrán, Sant'Ivo alla Sapienza, etc. Sin embargo el siguiente Papa, Alejandro VII (1655-1657) se centrará en Bernini, incrementando el enfrentamiento entre ambos arquitectos. Su incansable deseo de superación le hizo profundizar en diversos manuales de arquitectura y en la obra de Miguel Ángel, pues fue un gran admirador suyo. Sus principales valedores eran el Papado y las órdenes religiosas, aunque también era solicitado para palacios y casas particulares, como destaca el palacio Spada y el palacio Falconieri. Borromini era un hombre de naturaleza desconfiada y carácter difícil, pero tenía reputación de honesto y poco interesado en las riquezas materiales. Daba especial importancia a la plena libertad de diseño, negándose a “copiar” características comunes de la época, llegando al extremo de resignar toda remuneración a cambio tener esta libertad.

En su obra “Opus Arquitectonicum” dijo: "Por cierto no desarrollaré esta profesión con el fin de ser un simple copista, si bien sé que al inventar cosas nuevas no se puede recibir el fruto del trabajo, siquiera tarde como no lo recibió el mismo Miguel Ángel cuando en la reforma de la gran Basílica de San Pedro usó nuevas formas y ornamentos que sus propios emuladores le criticaban, al punto de procurar muchas veces privarlo de su cargo de arquitecto de San Pedro: sin embargo, el transcurso del tiempo ha puesto de manifiesto que todas sus ideas han resultado dignas de imitación y admiración".

 A pesar de su carácter solitario, hizo amistad con Spada, el marqués Castel Rodrigo y el pintor Nicolás Poussin. El 22 de julio de 1667 Borromini se empieza a encontrar enfermo y no sale de casa. Unos pocos días más tarde escribe su testamento, en el cual le deja todo a su sobrino Bernardo. Posteriormente quema todos sus diseños, incluida su obra teórica titulada “Opus Arquitectonicum”. El 2 de agosto tiene una pelea con su sirviente y el mismo se arroja contra su propia espada, resultando malherido. Tras una larga depresión y, seguramente, alguna enfermedad no diagnosticada, muere al día siguiente (3 de agosto de 1677 con 76 años). La totalidad de su carrera transcurrió  en Roma, con la única excepción de que realizó el retablo de la basílica de los Santos Apóstoles en Nápoles. Finalmente en 1682 la fachada de La Iglesia de San Carlos de las Cuatro Fuentes es terminada por su sobrino, Bernardo.

Tras la muerte de Borromini, Bernini, su gran rival, habló de su relación con él: “Mienten, mienten quienes dicen que lo envidié. ¿Cómo podía envidiarle yo, el Arquitecto de Dios? ¿El más amado por los dioses? Se dice que él fue mejor arquitecto, más portentoso, más audaz en sus diseños; pero, ¿cómo puede sostenerse eso a la vista de la historia? Si eso hubiese sido verdad, ¿no habría sido elegido él para mi puesto? Sí, sí, lo fue durante el pontificado del Papa Pamphilii, pero solo gracias a la conjura, la maledicencia y el destino adverso; admito que también a mi mala cabeza, mejor dicho a mi atribulado corazón, pues andaba yo entonces azotado por los embates del amor y el desamor de mi amada -y nunca olvidada- Constanza. Pero niego que fuera la distracción, y mucho menos la incapacidad, la culpable del malhadado asunto del campanario de San Pedro. Fue el destino adverso y las intrigas palaciegas de mis competidores, entre ellos Borromini, claro -pues que de él estoy hablando. Nunca me perdonó mi buena estrella, mi superior sensibilidad, mi maestría con la piedra, ni, sobre todo, mi buen carácter, mi simpatía, mi don de gentes. Él, el huraño, el melancólico, el depresivo, el enfermo imaginario que somatizaba cualquier contrariedad por nimia que fuese. Ese carácter endiablado que le llevaría a tan truculenta muerte: suicida por desaire. De todas formas, no me alegré; nunca lo hice, y mienten quienes afirman lo contrario. ¿Quién me vio sonreír? ¿Quién celebrar? ¿Quién festejar la muerte de mi envidioso rival? Mienten quienes lo afirmen. Muy al contrario, me sentí entristecido; entristecido por perder mi piedra de toque, porque el arte perdió a un gran talento, porque Roma quedaría algo más huérfana”.

La fachada fue realizada casi 20 años después que la iglesia. Situada en una pequeña esquina y de estilo ondulante tiene un carácter muy teatral y es el claro ejemplo de movimiento y dinamismo. Pues como él mismo decía: “Variar para huir del aburrimiento”. Compuesta de curvas y contracurvas y además de columnas de orden gigante que al estar tan próximas crean un efecto de verticalidad.  Entre estas grandes columnas en las calles observamos columnas de tamaño normal y orden corintio. La fachada se divide en dos partes gracias a un gran entablamento (con una inscripción en la que se puede leer una dedicatoria a la Santisima Trinidad y a San Carlos así como el año de 1667): el nivel superior y el inferior. En el nivel superior destaca un entablamento cóncavo interrumpido por un gran ovalo (que contenía una pintura de la coronación de la Virgen, hoy día desaparecida) soportado por dos ángeles, esto da más verticalidad a la fachada. También hay un grupo de columnas corintias de menor tamaño que enmarcan los nichos, esculturas y ventanas. Mientras, las calles laterales son cóncavas y  en la calle central se  sitúa una especie de balcón convexo que parece enlazar con el nivel inferior. Este nivel inferior se compone de dos calles laterales cóncavas divididas en dos niveles con hornacinas. La calle central es convexa  y consta de dos niveles: una puerta adintelada (sobre esta se encuentra el emblema del Vaticano) y una hornacina con una escultura en el interior. Sobre la entrada se sitúan dos esculturas que flanquean la figura de San Carlos Borromeo, escultura hecha por Antonio Raggi. Así mismo, Borromini dispone de unos elementos constructivos salientes como columnas y entablamentos, mientras que otros, como la hornacina o los muros cóncavos, se hunden en la fachada, creando contrastes lumínicos y juegos de luces y sombras muy característicos. Borromini lleva los deseos de inestabilidad y movimiento a límites hasta ese momento nunca alcanzados.

Esta fachada trae un gran simbolismo, pues está dedicada a la Trinidad además de a San Carlos Borromeo, se muestra en la composición de la fachada. Cada una de las tres partes corresponde al padre, al hijo y al espíritu santo. El hijo, en la zona central, es la única parte que toma forma convexa a nivel de la tierra, ya que es el único que tomó forma humana y es accesible (por un pequeño balcón). En la parte alta de la fachada, los tres componentes de la trinidad toman formas cóncavas.

Hay un campanario situado sobre la Iglesia, se encuentra en una posición descentrada respecto a la misma. La parte baja incluye la fuente y corresponde a la primera mitad de la composición de la fachada. Más arriba hay una ventana bajo un escudo con un ángel y el símbolo de los Trinitarios. El remate del campanario es una estructura con columnas dóricas y acabadas con una esfera dorada.
La planta de la iglesia es oval localizada dentro de un rectángulo, con el eje mayor en la dirección desde la entrada hacia el altar. Dentro de este se inscribe un rombo, en cuyos vértices se sitúan las capillas laterales, el altar mayor y la entrada, de esta forma presenta un increíble juego de planos cóncavos y convexos.

El complejo interior de la iglesia se compone de tres zonas: la base, la cúpula y la zona de transición entre estas dos. El altar mayor se sitúa en el eje principal de la planta. En la Iglesia destacan la gran cantidad de columnas corintias que sostienen el entablamento. Estas columnas, en conjuntos de cuatro, enmarcan nichos y puertas. Por encima de una de cada dos columnas y sobre el entablamento nace cada uno de los cuatro arcos que generan la base de la cúpula de la iglesia. Los casetones de la cúpula tienen forma octogonal, combinándose con otros en forma de cruz y hexagonales. Todos ellos van disminuyendo de tamaño a medida que la cúpula se cierra en su extremo superior. La cúpula está iluminada a través de ventanas situadas en su parte inferior y las ventanas verticales situadas en la linterna que la remata.

Borromini tuvo que adaptarse a varias situaciones que dificultaban la realización de esta arquitectura. Por un lado la estrecha calle en esquina donde tenía que construir el templo, de pequeñas dimensiones y, por otro lado, la pobreza de los materiales empleados, dado los pocos recursos de los que disponía la Orden Trinitaria, a quien pertenecía la iglesia. Borromini se enfrentó a la escasez de recursos económicos poniendo el énfasis en la forma más que en los materiales. Pues la estructura está hecha de ladrillo, mientras que el interior está hecho de estuco y la fachada de piedra caliza. Además, Borromini se adapta perfectamente al espíritu de la Contrarreforma de la que San Carlos Borromeo, el santo titular de la iglesia, fue uno de los mayores representantes. Así, con esta obra, Borromini se aleja del orden, la mesura y la corrección, para primar la expresividad de los elementos constructivos a través del movimiento y el juego de luces y sombras (claroscuro). El arte barroco pretende emocionar y llegar a los espectadores a través de los sentidos y lo emocional, en lugar de lo racional, como había ocurrido con el arte renacentista anterior.


En conclusión esta obra es una de las más representativas del espíritu barroco que alcanza aquí su máxima expresión de movimiento y teatralidad, del que Borromini es uno de sus mayores representantes. Su espíritu anticlásico le convertirá en el rival artístico de Bernini durante toda su vida. Su arte recargado y excesivo fue desprestigiado por sus contemporáneos, pero su valor fue recuperado posteriormente, siendo visible su influencia en autores tan aclamados como Gaudí (siglo XIX) en la Casa Milá, la Pedrera o el Park Güell.
















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