sábado, 25 de marzo de 2017

LAS HILANDERAS DE VELÁZQUEZ.

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (Sevilla, bautizado el 6 de junio de 15991 -Madrid, 6 de agosto de 1660), conocido como Diego Velázquez, fue un pintor barroco, considerado uno de los máximos exponentes de la pintura española y maestro de la pintura universal.
Realizó unas 120 o 130 obras. El reconocimiento como pintor universal se produjo tardíamente, hacia 1850. Alcanzó su máxima fama entre 1880 y 1920, coincidiendo con la época de los pintores impresionistas franceses, para los que fue un referente. Manet se sintió maravillado con su obra y le calificó como «pintor de pintores» y «el más grande pintor que jamás ha existido». La parte fundamental de sus cuadros que integraban la colección real se conserva en el Museo del Prado en Madrid.

Las hilanderas, fue realizado en la última etapa del autor, cuando regresó a Madrid con numerosas obras de arte entorno a junio de 1651. En ese mismo periodo fue nombrado Aposentador Real por Felipe IV, y fue lo que le encumbró la corte y le dio grandes ingresos. Sus cargos administrativos le absorbieron cada vez más, incluido el de Aposentador Real, que le quitaron gran cantidad de tiempo para desarrollar su labor pictórica.

La llegada de la nueva reina, Mariana de Austria, motivó la realización de varios retratos. También la infanta casadera María Teresa fue para enviar su imagen a los posibles esposos a las cortes europeas, y a los nuevos infantes, nacidos de Mariana.

En el final de su vida pintó sus dos composiciones más grandes y complejas, sus obras La fábula de Aracné (1658), conocida popularmente como Las hilanderas, y el más celebrado y famoso de todos sus cuadros, Las meninas (1656). En ellos vemos su estilo último, donde parece representar la escena mediante una visión fugaz. Empleó pinceladas atrevidas que de cerca parecen inconexas, pero contempladas a distancia adquieren todo su sentido, anticipándose a la pintura de Manet y a los impresionistas del siglo XIX, en los que tanto influyó su estilo. Las interpretaciones de estas dos obras han originado multitud de estudios y son consideradas dos obras maestras de la pintura europea.

El último encargo que recibió del rey fue la pintura de cuatro escenas mitológicas para el Salón de los Espejos del Real Alcázar de Madrid en 1659, donde se colocaron junto a obras de Tiziano, Tintoretto, Veronés y Rubens, los pintores preferidos de Felipe IV.

Las hilanderas o también conocida como la “Fábula de Aracne”  fue realizada entre 1655 y 1660, lo que coincide con la última etapa de Velázquez y que además se presencia por la técnica del cuadro.
La escena tiene lugar en el interior de un taller de tapices, y hay quien piensa que se trata de una escena del obrador de la Fábrica de Tapices de Santa Isabel que el pintor solía frecuentar a menudo. Dentro de esta, diferenciamos dos escenarios, claramente marcados por la iluminación, y en las que a pesar de su apariencia costumbrista, se encuentra su contenido mitológico, pues representa la fábula de Aracne en el fondo de la composición. Donde la diosa Palas, armada con casco, discute con Aracne como cuenta la fábula narrada por Ovidio:

“La joven tejedora Aracne se jactó de tejer mejor que los propios dioses. Ofendidos ante tal falta de respeto se transformó Palas. Atenea en anciana y bajo regaños. Retó a Aracne a ver quién era mejor tejedora. Finalmente Aracne es vencida y castigada por Atenea por su orgullo, aunque también según otras interpretaciones, por haberse atrevido a representar los engaños que Júpiter utilizada para satisfacer sus deseos sexuales. Por todo ello, la joven fue castigada convirtiéndose en araña y condenada a tejer para siempre”.

Por tanto, la composición se distribuye  de la siguiente manera: A nuestra izquierda, encontramos una mujer con la cabeza cubierta, que está moviendo la rueca mientras mantienen una conversación con una joven que descorre una cortina roja, mientras que a la derecha, una mujer de espaldas al espectador, hila un ovillo de lana, mientras por nuestra derecha aparece de medio cuerpo una joven rubia portando un cesto. En el centro de la composición, otra joven de la que apenas vemos los rasgos pues se está agachando para recoger los restos de lana, mientras un gato juega con un ovillo. Al fondo, una escalera de dos peldaños y arco conduce a la segunda estancia, más iluminada y donde se exponen los tapices del taller. Es ahí, donde tres jóvenes vestidas de manera elegante observan a la Diosa Palas, que es la que porta el casco y levanta la mano frente a Aracne, delante de un tapiz que representa el rapto de Europa que pintó Tiziano para Felipe II y que a su vez Rubens copió durante uno de sus viajes a Madrid. Este es uno de los ejemplos de historias eróticas del padre Palas, que Aracne había osado tejer.

El cuadro es fruto de dos actuaciones realizadas en épocas diferentes.  Velázquez pintó la superficie ocupada por las figuras y el tapiz del fondo, y durante el siglo XVIII se añadieron una ancha banda superior (con el arco y el óculo) y bandas más pequeñas en los extremos derecho, izquierdo e inferior (añadidos que no se aprecian actualmente).

Con esta fábula, Velázquez quiere indicarnos que la pintura es un arte liberal, igual que el tejido de tapices, no una artesanía como la labor que realizan las mujeres de la primera instancia. Poner el mensaje en un segundo plano es un juego típico del Barroco.

La técnica utilizada es el óleo sobre lienzo, y en cuanto a los colores, Velázquez  usa aquí gamas reducidas, una paleta casi monocroma, en capas de pintura finas y diluidas constando de ocres, marrones, rojos y azulados, mientras que los pigmentos aplicados muy disueltos, con pinceladas sueltas y aplicando capas de color que, de cerca, parecen inconexas, pero que cobran sentido al alejarnos de la misma, dando forma a figuras y objetos. Este método de borrones y manchas demuestran el dominio de Velázquez en el manejo de los pinceles, ya que es capaz de transformar una mancha en figura, según la distancia del espectador.  Los contornos de las figuras aparecen poco definidos, por la manera de trabajar del pintor en estos momentos, rápida, con seguridad, con un dominio absoluto del color y la pincelada sobre la línea y el dibujo. A su vez, destaca la perspectiva aérea, de manera que las figuras parecen difuminarse fruto de la atmósfera que los envuelve,  que consigue crear un espacio abstracto que las aísla y envuelve en el vacío y la soledad de las formas. Esos fondos neutros son creados por la iluminación que ambienta al cuadro y dota sus formas con un cierto carácter escenográfico. El autor parece detener el tiempo en un instante fugaz, de manera que, no sólo las figuras parecen congeladas sino que, la propia rueca parece quedar detenida en un movimiento continuo que recorre toda la superficie del cuadro, en un alarde de técnica por parte del pintor. Los volúmenes se representan adecuadamente. La luz viene de la derecha, siendo admirable que con tan limitado colorido se obtenga esa excelente luminosidad.

En resumen, la obra es un compendio que recoge todas las características tanto del pintor como del naturalismo barroco, muy presente en la interpretación del tema.

Como conclusión, la obra que hemos comentado resume de manera excepcional las características de Velázquez, no sólo uno de los mayores genios que ha dado la pintura española sino la pintura universal. La vida acomodada en la Corte sin depende de la clientela, el conocimiento de las grandes obras guardadas en las colecciones realidad y de algunos de los principales pintores de su época, como al propio Rubens a quien conoció durante su visita a España o a Ribera durante su primer viaje a Italia; hicieron de Velázquez un genio en continua evolución y cuyas últimas obras, como la que hemos comentado tiene mucho de barroca, aunque también mucho de “moderna” como se ve en el uso de la pincelada y el color que se anticipa en dos siglos al impresionismo.




























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